El Castigo

"¡Esto te va a doler mucho más a ti que a nosotros, Junior!"

Natalia se portó mal. No ahondaré mucho en la falta cometida, porque no viene al caso. Tratándose de una hija proveniente de semejante padre, es obvio que la razón de mi descontento hacia su proceder puede atribuirse al abuso de poder, la ingesta de algún alimento o bebida que no estaba autorizada a consumir, ruptura de juguetes, abuso de enseres electrodomésticos, incineración de insectos, extorsión o falseo de declaraciones. O todo lo anterior.

No obstante su herencia criminal, se impone un castigo. Y ahí es donde entramos en terrenos delicados. Hay muchas escuelas de pensamiento respecto a cómo se debe criar a los hijos, pero en materia de correctivos parece que la sociedad se divide en dos grandes grupos: los padres de la nueva era, Montessorianos y pacifistas, que se inclinan siempre al diálogo y a la conciliación. Y por otro lado, aquellos que recuerdan el cinturón paternal como una dolorosa pero efectiva herramienta para que los niños aprendan a alinearse por la vía correcta.

Ambos bandos están obviamente influenciados por lo que vivieron en carne propia cuando eran niños y se portaban mal. Aquí también hay división, pues los papás a quienes les recetaron sendas sesiones de castigo físico suelen comulgar con esa idea o rechazarla violentamente por las duras memorias presentes en la psique. No voy a proceder a hacer burla y mofa del abuso a menores, no se apuren (aún tengo un mínimo de conciencia, amigos), pero sí debo decir que la cuestión no es todo lo blanca ni todo lo negra que puede aparentar debido al divisionismo existente respecto al castigo.

En lo personal no padecí la justicia paternal en pompi propia. Mi papá sí, como la mayoría de los miembros de su generación. Dejando a un lado que mi jefe fue un auténtico cabresto desde muy pequeño, vivió en un hogar donde el pater familias era un malhumorado español criado a la antigüa (y veterano de guerra, para acabarla de xoder). Las historias de mi difunto abuelo Pepe montando en cólera contra sus cinco hijos varones y dispensando cintarazos como si estuvieran en oferta son variadas y duelen de sólo recordarlas, pero al estudiar las razones de las mismas se puede entender su desasosiego: mi favorita es cuando el mayor de mis tíos, a los tiernos 11 años, sustrajo hábilmente el automóvil de mi abuela e intentó saltar con él las apestosas aguas del Río Churubusco (cuando era río y no una avenida más). No llegó a consumar la hazaña, pues mi abuelo le sorprendió desde su propio automóvil cuando mi tío aún estaba «tomando vuelo». Dicen que la maraca subsecuente hubiera animado a Mike Tyson a intervenir como mediador…

Yo nunca cometí fechorías de tal magnitud. O prefiero no recordar si las cometí. Pero sí tuve mis múltiples faltas, muchas de ellas merecedoras de un sarta de madrazos administrados por la selección holandesa. Pese a todo, mi papá siempre se contuvo de propinar esa clase de correctivos a sus dos hijos. Le pregunté porqué, y me confesó que simplemente no podía hacerlo. En una ocasión sí nos dio un ligero cinturonazo a mi y a mi hermano (yo tenía 9 años, y El Nel andaba por los 7). El motivo quedó en el olvido hace rato, y ni de broma fue un golpe doloroso (El Nel sí lloró un poco, pero siempre ha sido un teatrero de marca). Y tanto mi papá como yo recordamos que nos dio risa la situación, él por ver nuestras descoloridas pompitas al aire en espera del castigo y yo por sentir los nervios que provocan esa risilla tensional tan común en la niñez. El rollo es que nunca se volvió a dar la ocasión del castigo físico. Mi mamá un día me arrojó una chancla a la cabeza en un arranque de cólera, con tan mala suerte de que se equivocó de zapato y lo que se disparó hacia mi cráneo fue un tradicional zueco holandés de madera. Salvé el descalabro por nada, pero ahí se acaban mis insignificantes eventos de traumatismo físico a manos de mis papás.

El castigo sentimental y privativo sí que se dio, y bien. Todo consiste en negarle a uno el uso de algo, lo que más duela en ese momento. En diversas etapas de mi vida me fueron castigados el Intellivision, una caja de Lego, la Commodore 128, un balón de fútbol Adidas, el Discman, mis colecciones de Astérix y de Lucky Luke, la televisión, toda la música, un VW Caribe modelo ’82, ver a mi amigo Pepe Robles, mis audífonos, un rifle de postas, la antena pornobólica, un balón de basquet Wilson modelo Dominique Wilkins, el uso del teléfono, un viaje a Laredo (aún no perdono a mi papá por ello, de hecho), un cuchillo de supervivencia estilo Rambo, poner un sólo pie fuera de la casa y, por supuesto, el ingreso económico de toda índole. Prácticamente todos los castigos fueron justificados, aunque algunos fueron excesivos. Pero estos se compensan, al menos kármicamente, por todas las veces que escapé de recibir una sentencia a mis malos actos.

La Nalgada: Castigo Oficial de los Superhéroes desde 1932™

Mi hija ha salido brava para esto de los castigos. Sabe perfectamente hasta dónde puede poner a prueba la paciencia y la misericordia de sus padres, y no tiene ningún empacho en voltear el regaño o el castigo a su favor en base a echarle a uno la culpa de lo ocurrido. O pero aún, ha llegado a jugarse la carta de «la diabetes» para salirse con la suya. Hace poco le checamos el azúcar y registró 430 en el medidor de glucosa, una medida altísima y potencialmente grave si se deja pasar mucho tiempo. Tras un largo interrogatorio por parte de mi esposa, Natalia se retractó de su inicial confesión de inocencia para admitir que, en efecto, se había encaramado por los cajones del clóset para alcanzar el escondite de sus galletas Gamesa, y se había recetado suficientes de ellas como para tapar con azúcar la fuga petrolífera del Golfo de México.

La presencia de las galletas es un mal necesario, pues son un remedio útil de emergencia para subirle el azúcar cuando sus niveles caen estrepitosamente (la baja de azúcar es, de hecho, mucho más peligrosa potencialmente hablando que el alta de la misma). Y no podemos ignorar que se trata de una niña de seis años, para quien un embargo total de dulce equivale al peor de los crímenes. Lo bueno es que entiende poco a poco la gravedad de sus «deslices», pero es una labor ardua. Y por supuesto, no duda en zafarse la culpa o cambiar el tema cuando se le reprende. El intercambio fue más o menos en este tenor:

YO: Natalia, ¿cuántas veces te hemos dicho que NO debes comer carbohidratos sin avisarnos antes para ponerte la insulina?

NATALIA (poniendo carita de refugiada de guerra): Pero Papi… es que… tenía mucha hambre…

YO: Ésa no es disculpa, hay cantidad de cosas que puedes comer en el refri. Y sólo tenías que haber pedido permiso. Además YA te habías comido tres galletas antes.

NATALIA: Sí, pero… pero…

YO: Lo peor de todo es que te trepaste por los cajones. Ese clóset está muy viejo y la madera no es buena, ¿qué tal si te caes y te rompes algo?

NATALIA: Pero yo soy muy buena para escalar. Lo hago muy seguido…

YO: ¡Y ÉSE NO ES EL PUNTO! No debes escalar por los cajones ni por los libreros para alcanzar cosas que no debes agarrar en un principio, ya te lo expliqué. Lo mismo hiciste el otro día para bajar el botiquín…

NATALIA: Es que tenía una cortadita. Necesitaba curitas y vendas.

YO: Si te haces una cortada le pides un curita a tu mamá. Lo único que hiciste fue ponerte TODAS las curitas y envolver a tu Mimí de peluche como si fuera una momia…

NATALIA: Es que salió Austin vestido de momia en Los Backyardigans y me dio la idea…

Natalia, siempre respetuosa de la autoridad paterna...

YO: No debes hacer todo lo que ves en la tele, ¿me oíste?

NATALIA: Pero tú compraste el otro día unas cervezas que anunciaron en la tele.

YO: Estaban de barat… ¡OYE! No me discutas. Lo que quiero es que aceptes tu culpa y no lo hagas más.

NATALIA: Pero la culpa también es de mi mamá. También deberías decirle algo a ella.

YO: ¿Qué? ¿Estás loca? No voy a regañar a tu mamá por algo que TÚ hiciste. La culpa fue toda tuya, niñita desagradable…

NATALIA: Claro que no.

YO: Claro que sí.

NATALIA: Claro que no.

YO: Claro que sí.

NATALIA: Claro que no.

YO: Claro que sí.

NATALIA: Claro que no.

YO: Claro que sí.

NATALIA: Claro que no.

YO: Claro que sí.

NATALIA: Claro que no. Mi mamá sabe que esas galletas ME ENCAAAANTAN (gesto exagerado de deleite)… Y las dejó justo en un lugar donde yo las podía alcanzar.

YO: Natalia, las dejó en la repisa más alta de mi clóset. Tuviste que abrir tres cajones para usar como escalera. ¿Dónde quieres que las esconda si no?

NATALIA: Yo creo que en algún lugar con llave.

YO: Otra vez, NO ES EL PUNTO. Aparte de todo TÚ la estuviste espiando para saber dónde escondía las galletas, no te hagas. Siempre estás intentando ver cuáles son los passwords de las compus y de la tele. Eso está mal.

NATALIA: Papi, ¿podemos pegar estampitas del Mundial?

YO: No me cambies la conversación, escuincla…

NATALIA: ¿Y si jugamos Viva Piñata: Party Animals? Tú puedes ser el caballo…

YO: Deja de cambiar el tema, dije…

NATALIA: Oye, ¿me enseñas cómo se juega el Madden 2010?

YO: Que no cambies… la… conv… pásame el control del Xbox, porfa…

Créanme que lo intento. Fuera de la tradicional nalgadita indolora o el insignificante manazo, mi hija (que dicho sea de paso no se porta ni la mitad de mal que yo a su edad) no ha sufrido un castigo físico por sus múltiples crímenes. Los grandes regaños de mi parte siempre vienen acompañados de un razonamiento, algo que he encontrado mucho más efectivo que el simple «PORQUE LO DIGO YO Y TE CALLAS».

Ella tiene su carácter, claro, pero eso es bueno en el fondo. Y no que me sienta mejor que todos esos papás que le pegan de alaridos, los insultan y los sobajan en público bajo la excusa de «educarlos», pero sí creo que mi labor no está nada lejos de un justo medio entre ser estricto y hacerme de la vista gorda de vez en cuando. Recuerdo cuando yo era pequeño: «Todo un churumbel», decía mi abuelo, que nunca fue duro con sus nietos pese a haberlo sido con sus hijos. Yo sentía ese espectacular deleite provocado por salirme con la mia de cuando en cuando. También un niño se merece esos menores triunfos sobre la autoridad y el sistema. No estoy criando a una Celia Lora, pero tampoco me interesa ser el padre de una pequeña autómata. La justa rebeldía, el justo castigo… y las cosas encontrarán su equilibrio natural. Ahora discúlpenme, tengo que enseñarle a una niñita de seis años lo que es una paliza en Madden 2010 del Xbox. ¡Su humillación será su castigo!

31 comentarios en “El Castigo

  1. Querido maestro Sam Perez, que bueno que nos muestre quien educa a quien, jajaja, tambien soy padre y de verdad que nunca te das cuenta en que momento te voltean la situacion,creo que ya nacen programados para hacer lo que ellos quieren, un saludo…..

  2. jajaj Natalia FTW!!! y no se porq tengo la ligera impresión que te va a dar una revolcada en el Madden.

    A mi de niño la q se encargo de cuidarme fue mi abuela y dado q a ella mi bisabuelo (español malhumorado) si le daba sus madrazos correctivos nunca la aplico así conmigo, solo cuando la hacia encabronar salia la pantufla vengadora y !caray! si ella hubiera querido me cae q hubiera sido muy buen pitcher ,

  3. Yo aun.no tengo la fortuna de ser padre, así que mi experiencia se resume a dos ejemplos palpables… Mis padres, ellos nos corregían fuerte, a base de castigos nunca de golpes, si acaso recuerdo un cinturonazo de parte de mi padre y algún manazo mi madre, y mis tíos, de los cuales su idea de disciplina consistía en decirle a mi primo que se estuviera quieto, el cual claro que no lo hacia, cero disciplina, al grado de decirle a la gente que si no soportaban a su hijo mejor no los invitaran… Resultado; a sus 21 años ha cometido todas las estupideces que puedan imaginar, nombren una y el la ha hecho… mi abuelo si era de esos chapados a la antigua que repartían soberanas madrizas por tanto mi tío no creía en disciplinar a sus hijos… Pero fue demasiado extremoso… No lo reprendió nunca por nada… y he ahí el resultado, yo si creo en eso de una nalgada a tiempo, pero hay que tener criterio… Por que no de castigo a la finísima heredera la pones a que te oiga cantar??

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  5. a mi mama no me reprendia me daba putizas y es q era youn chamaco q no tenia ni conocia los limites
    lapeor golpiza fue cuando brinque y atraveze una luna q adornaba la cabecera de la cama y zas me agarro mi mama una barilla fue doblada en mi cuerpo y no importaron suplicas de «NO LO VUELVO A HACER TE LO JURO » y yo sabia q cada q me pasaba un accidente (romperme huesos tener q llevarme a coser al hospital atender descalbradas y todos esos accidentes de nino,me tocaba cuando sanaba una MADRIZA asi aprendi

    ahora no tengo hijos pero los hijastros q me han salido alo largo de mi vida , saben q tienen ante si aun barco y no por quedar bien con la jeva en turno si no pq yo tambien fui nino y nunca s eme olvida la maravillosa epoca q pase

    genial tu conversacion con natalia se merece «unos sapes » el papa no la nena

  6. Creo que me estaba viendo cuando les propinaba unos golpes a las Monstruos de la casa.

    Ese es el problema, donde se debe dar el castigo y cuando ser el padre amoroso, en mi caso es muy difícil y a veces estoy por estallar, pero siempre controlo eso porque no le veo mucho caso, yo si fui niño al cual le daban con todo lo que tuvieran a la mano, el problema es que hasta donde se puede ser duro?, la disciplina es necesaria(sino pregunten por mis vecinos los cuales ya deberían de estar en una rehabilitación para alcohólicos porque los padres no los reprendían por nada, mas bien parecían sus alcahuetes), pero tampoco quiero darles castigos duros o golpes.

    No niego que ya les di uno o dos, pero soy muy débil con las lagrimas, al menos a las que me corresponden, no es fácil ser duro así que opto por el castigo privativo, pero aun así son unos monstruos que en algunas ocasiones ni eso sirve, el que tenga la receta que la pase aunque seguiré ese ejemplo de hacerlo con lógica, tal vez tenga mejores resultados, saludos.

  7. maese sam perez…

    en mi caso cuando niño me tocaron sendas madrizas… una cuchara de palo,
    de esas para el champurrado y mis nalguitas ya eran buenas amigas.
    Y yo ya hasta sabía cuando me iba a tocar, que mejor siempre andaba con doble
    chon, short y pantalón de mezclilla. pero me iba como en feria.
    una madriza de perrito bailarín, le llamaba mi mamá.

    Ahora me toca a mí, y aunque trato de usar el regaño y la privación
    del juguete preferido o el aparato tecnológico en turno (tv, nintendo ds, o similares)
    a veces si se ganan la nalgada o el bofetón.
    Bien dicen que a veces vale más una nalgada a tiempo.

    Y más cuando un retazito de dos años le dice a su mamá… CALLATE…
    tenga mi esposa le soltó el bofetón… y saben en la vida se lo ha vuelto a decir.

    O cuando ese mismo retazito pero ahora de 4 años… me gritó… si grito pelado…
    tú cállate que tú no mandas!!! Pues así, sorry pero se la ganan.

    No los vas a nalguear por cualquier cosa, pero creo yo, que sí hay faltas graves
    que ameritan un chingadazo… con mucho amor, pero chingadazo al fin.

    Es lo malo de que la paternidad no venga con manual y que no todos los niños
    actuen igual.

    saludos a todos

  8. Ah… jijo, la Natalia tiene madera de vocera, digo, con eso de desviar las preguntas que le hacen para entrar a otro tema, xD

    Hablando sobre mi niñez, recuerdo que era un maldito, era de lo peor, y hasta ahora me arrepiento de haber hecho cosas malas. Aún así me las ingeniaba para ser un niño atento a la clase y «bien portado». Ni yo me entiendo =S

  9. Mi mamá siempre ha tenido la costumbre de lanzarnos lo primero que tiene a la mano cuando la hacemos de verdad enojar mis hermanos. Y vaya que mi madre ha tenido una paciencia infinita para criar a un trio de monstruos.

    Cierta vez mi hermano menor la hizo encabronar justo cuando ella picaba cebolla… Ya se imaginarán el resto. Tip: no fueron cebollazos.

  10. Vaya vaya vaya… quien creeria que el buen Toño tendria una heredera tan astuta para que a su corta edad evadiera preguntas de una manera ingeniosa y se ponga al tu por tu con su padre… yo opino que si la hace de abogada en un futuro, ¿no lo cree asi papá?

    Afortunadamente o por desgracia soy una de esas personas que recuerdan bastantes sucesos de su vida pasada, de hecho me atreveria a decir que vivo en gran parte de los recuerdos. En mi pequeña familia (Juan Carlos, Lilia, el brothie Carlos Iván y su servidor, Julio César) los papeles siempre estuvieron a la inversa en muchos aspectos sobre todo cuando se trataba de educar y obedecer: papá era mamá y hermano mayor era hermano menor. Es asi como Juan Charly, a pesar de tener un padre bastante malhumorado y madreador, siempre trato de educarnos a base de conversaciones de razonamiento y de vez en cuando uno que otro castigo si no nos corregiamos; Lilia por su parte tuvo un padre alcoholico… ufffff… pues era mas dada a pendejearnos y de vez en cuando unos cinturonazos bien dados, aunque con la edad, los golpes de «la jefa» ya no nos dolian y al contrario, nos reiamos, cosa que la enojaba mas. Pero hay de aquel que hiciera enojar en verdad al «ancestro», por que podia ser razonable y charlar, pero de que se enputaba, se enputaba, y no habia quien lo parara, al grado que en una ocasion el mole proveniente de la nariz y boca de mi hermano mayor, volo a chorros aterrizando en mi plato, producto de una buena cachetada marca «doña florinda» proporcionada al hijo conteston que tenia hasta la madre a Juanito…

  11. Yo aun no tengo hijos, pero siempre en otras familias (y la propia) te encuentras con casos de estudio de que hacer y no hacer con los propios, aunque como dicen la paternidad no viene con manual, es cosa de sentido común, observar otras familias y tratar de ir tomando lo mejor de cada una y otras de plano tratar de evitarlas, como el caso de una hermana de mi novia (con la que me casare por preferir ver Paris bajo fuego que Eclipse jeje), la idea de disciplina de su esposo es decirle a su esposa «ya controla a tus hijos» y ella como dice que ya esta harta de ellos solo se limita a dejarlos que lloren hasta que obtienen lo que quieren (un dulce, salirse a la calle, ver la tv tarde, etc.), los 3 son unos demonios incontrolables, que ni mi novia ni yo aguantamos mas de 30 min.
    Obviamente mi futura y yo hemos platicado de eso y coincidimos en lo mismo, encontrar un punto medio un equilibrio, ni muy muy ni tan tan dice mi mamá, ni criar unos tetos como los hijos de una amiga de mi mamá (que no los dejaba salir de la casa sin una chamarra aunque estuvieramos en verano a 35 grados, no se fueran a enfermar de gripita) ni unos futuros delincuentes y embarazadas de 12 años como los hijos de mi cuñada.
    Por cierto a mi me aplicaron ese punto medio en mi casa, de repente unas buenas nalgadas pero principalmente privaciones, como la vez que me dejaron 6 meses sin ver TV ni comprar mis revistas por llevar 9 de 11 materias reprobadas en la secundaria, pero de ahi salio algo bueno, me hice gran fan de la música (lo unico que podia hacer era esuchar la radio).

  12. La verdad, yo sí tengo gratos recuerdos del cinturón de mi apá y del cachito de manguera que mi madre usaba, casi nunca, para llenar cubetas, y por lo regular, para aplicar correctivos. las veces que nos tocó chinga fue por travesuras memorables (3 varoncitos de 10, 8 y 7 años) que hoy me dan risa, pero si yo hubiera sido mi padre, habría estado al borde del infarto… A pesar de que cuando ibamos a la primaria, entre mediados de los 70’s y principios de los 80’s, se empezó a hacer énfasis por parte de autoridades y maestros, en evitar los castigos físicos, reconozco, sin rencor, que fueron bien aplicados en su momento. Mi padre prefería por lo general otro tipo de medidas disciplinarias: ponerte en penitencia con los brazos en alto y de cara a la pared, por ejemplo…

    Difícil papel el de ser padre, Licenciado Toño; y me da miedo la perspectiva cada vez más real de serlo próximamente; sòlo espero estar preparado, y poder comprobar que el miedo vale la pena, pues creo que de eso usted está más que seguro. Saludos… (P.D. ¿donde está de oferta la cerveza?)

  13. Recuerdo también, que el peor castigo que podría darnos mi padre, ya más grandecitos, era dejarnos de hablar e ignorarnos… ¡Carajo! Eso sí dolía más que todas las madrizas…

  14. Más que hablar del castigo, lo felicito por el modo en que ha afrontado la situación del diabetes de su hija, camarada.

    Lo digo no porque el tratamiento de la enfermedad sea muy costosa o inhumana, sino porque, como padre, creo que no debe haber cosa más horrible que tratar de explicarle a tu hij@ por qué no puede llevar una vida como muchos otros niños: porqué no puede comer dulces o galletas, porqué no puede dejarse de medicar de por vida, porqué ella es como es y los otros niños no.

    Es quizá mi temor más grande como futuro y posible padre: que por designios de la naturaleza, mi hijo nazca con alguna discapacidad o enfermedad. Es algo totalmente fuera de tu control, y por ello muchas veces no sabes qué hacer. No debe haber cosa más triste que intentar explicarle a tu hijo por qué es cómo es y por qué no hay solución para su problema.

    Felicidades por ello, Toño. Un placer leer una de sus caras mas finísimas (ahora sí :P).

  15. haha que chingon, eres buen narrador man, de algo trivial -todo el que sea padre tiene desaveniencias con sus vastagos- haces algo entretenido
    ya lo decia cervantes -parafraseandolo- hay historias que por si mismas son buenas, pero tambien las hay aquellas que lo son por la manera en que se narran
    por cierto eso de nalguearse a las jevas tanto en ‘la epoca de oro del cine nacional’ como en el cine gringo de los 60’s pa abajo ahora seria politically incorrect pero es bien kinky hehe

  16. En mi casa era mi madre la del castigo físico, mi papa era de conversaciones de hasta tres horas para que entendieras lo que habías hecho. Preferible aunque doloroso el fast track materno que las negociaciones paternas

    Ahora que soy padre si esta difícil el decidir el castigo, casi siempre prefiero la platica sobre el trancazo, pero a veces una buena nalgada no esta de mas, en mi descargo son tres y cuando empiezan ni su madre los aguanta.

  17. Excelente la parte de la conversación padre-hija.

    Yo tampoco tengo hijos… creo, pero comulgo con la nalgada a tiempo. He visto muchos casos de sobrinos que podrían calificarse como platitos de Petri educacionales: la mitad ha sufrido de la ocasional nalga y la otra mitad no. Adivinen cuáles son los que «se lograron».

    Personalmente, recuerdo una o dos cintarizas por parte de mi viejo y, además de fueron totalmente merecidas, ocurrieron hace muchísimo tiempo como para considerar que dejaron alguna cicatriz traumática. Al cuestionarlo del por qué no hubo más madrizas siendo los hijitos de la chingada que éramos, contestó simplemente: «hijo, esos chingazos hacen más por aliviarlo a uno de otros corajes que por corregirlos a ustedes…»

  18. El ser padre es una de las tareas mas dificil que puedes afronatar.

    En mi caso con mi primera hija intente ser un amigo y consejero. Ahora me confiesa varias cosas aunque no me toma en serio cuando pretendo regañarla o imponerle un castigo (Ya estas viejito, no me vas a alcanzar, si sigues haciendo corrajes te vas a arrugar) Como punto a mi favor ha encontrado a un gran amigo que le platica cosas que no le platicaria a su madre y tengo la tarea de conciliar sus disputas. ( Y urgencias de dinero). No vivo con ellas.

    En el caso de mis hijos ya han sentido varias veces el cinturon paterno aunque nunca con el afan de inflingir un serio castigo y solo como intimidante. Aunque nunca han hecho nada que merezca un castigo de semejante magnitud.

    El caso de mi padre es punto aparte. Proveniente de la sierra y con toda la carga de sopartar a un padre golpeador, violador y maton nunca nos castigo de la manera en que lo hicieron con el y senti siempre más la ferrea mano de mi madre que de el. Aunque hubo una vez en que agote su paciencia y en plena borrachera me persiguo con pistola en mano y me disparo dos veces aunque por su estado difilmente lo podria atinar a algo.

    El castigo depende del hecho cometido aunque primero sera necesaria una platica conciliatoria para darles a enteder que hay algunas cosas que las buenas conciencias no
    se deben de permitir.

  19. ENORMEEEEE POST.

    Yo soy de la idea de que en gran parte el correctivo debe ser de palabra, aunque siento que en algunas ocasiones demerita unas nalgadas bien dadas. Repito, todo depende de la travesura.

    En mi caso mis padres, si aplicaban el castigo del manazo con el cable de la pancha, el gancho de la ropa y la antena de TV, sobre todo mi madre. Mi padre fue más tranquilo aunque si recuerdo algunos «correctivos». Tal vez porque nunca estaba en casa y no estaba al pendiente de mis travesuras. Aunque también las fechorías que llegué a hacer estoy seguro que no se enteraron ni el 80%. Era más fácil que mis compañeros de clase y mis vecinos se enteraran.

    Tengo un primo que es 1 año más grande que mi hija y la fecha (11 años) no he visto que haya recibido ni siquiera un pellizco. La justificación de mi tía es que como estos niños ya son de otra generación, pues hay que corregirlos de otra forma. Gracias, a su método el más grande de sus hijos, un día casi se le va de la casa, no ayuda en las labores cotidianas, está mimado y espera que todo se lo den en la mano. Aunque sobra decir que también sabe hacer bien las cosas… cuando tiene ganas.

    Cada quien educa a sus hijos de la mejor manera o de la manera que uno cree que es la correcta. No hay libros para eso, por más que las y los expertos escriban. Es de las materias de la vida que uno aprende a base de error/experiencia. En mi opinión.

    Para terminar, me acuerdo de un wey que un día chocó su coche por andar de pedo y de necio sobre todo. Nos terminamos estampando contra un poste de luz, después de haber chocado a un Thunderbird. En cuanto llegó papi, no se salvó de unos buenos cachetadones y unos patines, enfrente de todos sus amigos, el chofer afectado, el de la aseguradora, los polis, los mirones y el pobre poste a punto de derrumbarse. No volví a saber de él. Se lo merecía, pero no tan drásticamente, ni en público.

  20. Saludos nuevamente, Toño. Y mis reconocimientos y respetos por amenizar la peda, jajaja.

    Yo sí recibí algunos carajazos de mi papá. Siempre eran cinturonazos, y casi siempre eran 3. Lo más cabrón fue cuando le rompí el hocico al hijo de una vecina, con una piedra que le aventé como respuesta a los limonazos que me venía aventando él, y llegó la mamá amenazando con demandar por los gastos del dentista. Esa vez me dió al menos 6 u 8, y todos durísimos. Creo que tenía 9 años. Creo que sí se debió a la manera en que lo educaron, porque mi abuelo era el verdadero cabrón de los castigos. Como sea, no me pudo castigar ya que salí de la adolescencia más alto y mamado que él. Creo que ambos nos dimos cuenta una vez que por un motivo muy pendejo me lanzó un cintarazo a la cabeza y yo le atrapé el cinto, lo jalé junto con él y casi lo recibo reventándole un putazo en la cara, pero detuve el golpe antes. Después de eso no volvió a intentarlo más que una vez, y acabé conteníéndolo sin pegarle. Me parece que ambos estamos asustados de lo que implicaría si una vez lo golpeo. Por eso, hace poco más de un año y estando yo en casa de mis papás, la última vez que se puso loco salí a encontrarlo con un tubo de acero galvanizado. Y se lo entregué a él, para que se animara a entrarle. No lo hizo, lo tiró al suelo y se acabó yendo, todo emputado, en su coche. Sobra decir que desde entonces volvimos a uno de esos lapsos en que no nos hablamos.

  21. A mi me pasó algo bien curioso. Mi papá vivió conmigo hasta que tuve como 10 años, desde ahí lo veo cada fin de semana – cada mes, y casi nunca me ha regañando. O no pasa de eso, un regaño.

    Entonces a la que le tocó educarme fue a mi mamá. Ella me daba nalgadas cuando era pequeño y no tenía edad para razonar bien lo que hacía, pero después lo dejó de hacer. Y comenzó a aplicarme una mezcla entre un regaño que me hacía sentir arrepentido a castigos del tipo que mencionas (quitar permisos, dinero, televisión, etc.) Recuerdo que llegó un punto en que pude notar tan bien cuando hacía algo malo que yo sólo me castigaba xD

    Pero eso le salió un poco contraproducente puesto que como de pequeño fue una relación de amor y respeto (evitando casi al 100% ese «miedo» que le tenemos a los padres) cuando me dio mi época de rebeldía no pudo controlar. Ningún castigo, regaño, sanción o lo que sea pudo contra mi. Tuve que yo solito darme mis buenos putazos para darme cuenta de mis errores y yo solo autocorregirme… y ahora casi no me regaña puesto que cuando me doy cuenta que la cago, trato de componerlo luego luego sin necesidad de regaño 😀

  22. Creo que mi niñez y Natalia son almas gemelas… Yo fui un delincuente en mis años mozos. Mis papas aplicaron con mis hermanos mayores el famoso: » Cuantos cinturonazos te mereces? » Claro que mis hermanos fueron facilmente domados por mis papas. Cuando yo apareci en escena, todo cambio, el castigo y el regaño eran tan seguido por desafios verbales de mi parte… Solo espero que la profecia de mi mama nunca se cumpla: » Pero ya veras, tendras un hijo igual que tu «.

    Excelente post Finisimo Padre!

  23. Pues a mi si me dieron madrazos, creo que la peor de todas fue cuando mi jefa me avento una cacerola con desperdicios en la cabeza…. De vez en cuando me suelta unos sapes, pero aun asi no aprendo, jejejeje.

    Aun asi yo tambien soy defensor de esa practica, y es que aveces pinches morrillos nomas parecen que estan endemoniados.

    Por cierto, recuerdo que en la primaria los profes tambien acostumbraban a golpearnos bajo el lema «la letra con el palo entra», no , no es albur. A varios de mis compañeros les tocaron gizasos, reglasos, borradorazos, jalar las orejas, las patillas, sapes. Eso si, esos profes que buena punteria tienen. Despues esa practica quedo en desuso, a tal grado que en estos dias si ven a un alumno con moretones ya hasta andan demandando a los teachers….

    PD…»Pequeño demonio!!»

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  25. Leo esta columna con lágrimas de risa y sentimiento…que dulces son los hijos que criamos. Espero que esta generación sea mejor que la nuestra, que gran responsabilidad.
    PD: es un dulce de guayaba tu nena, es hermosa, pícara y valiente por plantarle cara a la diabetes.

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