Una vez que se terminó la saga de Crepúsculo, me encontré preguntándome qué clase de reseñas “a la ligera” podía realizar para seguir alimentando este blog, desde entonces caído en una inanición marca Anahí. El problema es que las películas en oferta no me ofrecían lo que yo estaba buscando: el ingrediente de “amo odiar esto” y la regularidad en las entregas.
Sin embargo este pasado domingo descubrí un perfecto vehículo para verter mis abyectas invectivas (“¡Al BatiDiccionario, Robin!”) con la necesaria frecuencia para ustedes, inexplicables consumidores de mis estultos contenidos: MasterChef México.
En mi casa (que no es la de ustedes, pues ya se habrían bebido todo el alcohol y robado la plata fina para empeñarla) somos asiduos aficionados a los programas televisivos de cocina. Sobra decir que si Gordon Ramsay, Anthony Bourdain o Curtis Stone aparecen en la pantalla, lo más seguro es que nos quedemos viéndolos con atención cuasi hipnótica hasta que decreten un ganador o insulten a alguien (en el caso de Ramsay, obvio). Y las diversas ediciones internacionales de MasterChef llevan años figurando entre nuestras favoritas. El hecho de ver que existía una versión mexicana del programa nos entusiasmó sobremanera, en parte por la abundante riqueza gastronómica de nuestra vapuleada nación, pero también por una larga historia personal en eso del sibaritismo y la tragazón diversa.
¡Oh, sorpresa! Tras unos minutos de ver el programa, comencé a encontrarle múltiples peros que me parecieron inadmisibles en algo que, después de todo, se basa en un producto preexistente, con más de 40 versiones alrededor del mundo y que no parecía necesario modificar para el consumo local.
Así pues, comienzan estas reseñas. Sobra decir que están llenas de SPOILERS, así que ni te molestes en leerlas si quieres conservar el suspenso en torno a cada episodio. Peor aún: abundarán en bilis, sarcasmo, humor negro, feos modos, palabrotas, chistes estúpidos, críticas destructivas y enfoques políticamente incorrectos. Pero vamos, hasta de la mala leche se puede hacer un requesón decente, así que si no te espantan esta clase de contenidos y tienes mucho tiempo libre (cuando escribo me voy como hilo de media), podrás aprovechar cada recapitulación como una apreciada catarsis. En fin: vamos culo, a padecer…
EPISODIO 1: LA AMENAZA FANTASM… eh… AZTECA
Lo siento, amigos y ex colegas de la UIC que trabajan o trabajaron en “la televisora del Ajusco” (sobadum phrasae): los valores de producción predicados por esta empresa y su Eléktriko dueño son más bien chafitas. Si Televisa y el Tigre Azcárraga se ufanaban de hacer “televisión para jodidos”, don Ricardo Salinas Pliego (próximamente Ricardo Salinas PVEM-ego, en deferencia a su mejor anunciante) parece inspirado en la premisa de que él puede acaparar el mercado de “los jodidos que le ayudan con el quehacer a los jodidos que consumen Televisa”, y ahorrarse muchos más pesos en el proceso.
Lo anterior es algo difícil de describir, pero definitivamente se siente al hacer las odiosas (pero obligadas) comparaciones con otros MasterChef en el mundo. Estábamos a la mitad del primer episodio cuando un sobrino preguntó, sin dejo de ironía: “¿Es MasterChef? ¿Por qué se ve tan chafa?”. Ojo, el susodicho sobrino está acostumbrado a jugar Minecraft entre partidas de League of Legends en la compu mientras ve videos de Twitch en el iPad, así que cuando algo capta su dispersa atención de esta forma, estamos hablando de una calidad particularmente deslucida.
Esto salta un poco más a la vista porque varias escenas del primer episodio fueron grabadas en Colombia. Sí, los colombianos tuvieron MasterChef antes que nosotros, así que tal parece que nos prestaron sus instalaciones en lo que hacíamos las nuestras en México o algo. Por desgracia no nos prestaron también a la presentadora, Claudia Bahamon…
Que no es fea, vamos…
Ah, pero acá tenemos a Annette Michel, quien es francamente guapa pero habla como si… estuviera… dictándole una… frase… prolongada a… una clase llena de… niños que padecen TDA/H.
«Es que… me dictan… todos mis… diálogos… porque pensar es… complicado…»
Ella nos indica que están buscando “al mejor cocinero aficionado de México”. Imagino que el reality para encontrar “al mejor neurocirujano aficionado de México” aún no es viable, pero es cosa de darles tiempo. Los 300 aspirantes preseleccionados en castings por “toda la República Mexicana” (aunque después nos enteraremos que de plano se saltaron todo el norte del país) se reúnen en el Centro Ceremonial Otomí para preparar sus chimoles al rayo del sol.
Luchando contra el reloj horrible de Chedraui
La concurrencia es de lo más variopinta: hay jóvenes con granos en la cara, abuelitos chapeados, tamaleras, miembros del clero, indígenas, fresas, un aficionado al motociclismo que se hace llamar “Biker” (a quien por fortuna no veremos más, pero aún así le hicieron su inexplicable capsulita), tipos con máscara de luchador, amas de casa y creo que hasta me pareció ver a algún cantantillo frustrado de ‘La Academia’, quizá buscando pegarla en otro rubro de la telerrealidad… (SIGUE LEYENDO)
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