En busca de plan…

¡Hola, Finísimos!

Les he tenido un poco abandonados y no hay disculpa a la altura de lo que merecen, así que basta que sepan que los extrañé mucho, que estuve trabajando en algunas cosas que se traducirán en mayor abundancia de contenidos frescos para ustedes y que ni un sandwich de salmón echado a perder del Starbucks puede aún acabar del todo con mi nefanda persona. Pasemos a asuntos más importantes.

Ustedes saben que nunca me ha gustado politizar este blog. Sí, me burlo de AMLO y de Ebrard, pero también extiendo mis burlas a Felipillo de Bolsillo, al Copetes Peña Nieto y en general a cualquier funcionario público, sin importar filiación partidaria y/o ideología. En materia de humor, o se es democrático o mejor de plano le quitamos el sello de comicidad y le ponemos el de propaganda orientada al dibujín, para mi no hay de otra.

Sin embargo a veces ocurren hechos de impacto popular que rebasan las reservas que uno tiene para abordar ciertos tópicos. Así como no puedo dejar de hablar de sucesos en boca de todos (la muerte de Osama Bin Laden, el estreno de una peli de Potter, el Mundial de fut o la nefastez del chayote), tampoco puedo dejar cien por ciento de lado mi opinión a la hora de estudiar lo que me afecta como ciudadano de este país y habitante de este mundo. O al menos tendré que hacerlo hasta que los alienígenas que circundan la tierra antes de reportar sus estudios a sus superiores en las Pleiades se decidan de una buena vez a llevarme como garañón para impregnar a sus mujeres con el DNA de un ser superior, de intelecto superdesarrollado y considerable tolerancia a las bebidas embriagantes.

Lo que me llamó la atención en este tenor fue, por supuesto, la marcha por la paz encabezada por el poeta Javier Sicilia, y acompañada por miles de personas a lo largo y ancho del país (algunos incluso marcharon en el extranjero, en solidaridad). Dejando de lado el hecho de que yo no creo en la efectividad de las marchas (harina de otro costal), siempre me sorprende que aún existan razones por las cuales un grupo grande de personas pueda ponerse de acuerdo en torno a una causa, sin haber necesariamente un balón de fútbol involucrado en la misma.

No puedo imaginarme el dolor que puedo mover a alguien como Sicilia en momentos así. Y por lo tanto, puedo entender que su corazón esté en el lugar correcto, aunque el mensaje sea equivocado. El señor seguramente es más leído que yo, y sé que es más grande, así que la vida debe haberle enseñado que estrategias como las que predicaron los convocados a la marcha nunca han dado resultado, históricamente hablando. Eso sí se los puedo confesar, y no porque sea mi opinión (que de poco vale fuera de este blog de moronga). La historia, tan distorsionada y equívoca como puede llegar a ser, rara vez miente del todo.

Flash informativo: Calderón no anda descabezando gente en Acapulco ni llenando fosas en Coahuila.

Los detractores de Calderón y del gobierno actual tienen básicamente tres postulados inflexibles:

1. La guerra contra las drogas de Calderón no es nuestra, es «su guerrita».
2. Los responsables de esta matanza reiterada de culpables e inocentes (los más de 40,000 muertos no han sido ni puros civiles ni puros narcos, está mezcladito) son los gobernantes actuales, así que deben renunciar.
3. Antes las cosas estaban mal, pero ahora están peor, así que o se arreglan las cosas rapidito o nos regresamos a votar por el PRI o por el PRD. La forma de arreglar las cosas rapidito sería pararle a la guerra contra los narcos, en una maniobra que comúnmente se conoce como «estrategia avestruz».
4. Nuestra misión como ciudadanos conscientes de la problemática actual es quejarnos mucho. Este punto también es bueno para comprobar que el autor del presento texto es un asno y ni contar sabe, pues claramente dijo «tres postulados», no cuatro, en el párrafo previo.

Aquí es donde vamos a comenzar con mentadas para el autor del post (yo, pero me nació escribirlo, ni modo). Muchos de los que visitan este blog se sentirán desencantados, maldecirán al cielo con un puño desafiante y se preguntarán por la ausencia de textos con chistes idiotas y bromas de mal gusto hacia Paulina Rubio. Habrá ‘Unfollows’ en Twitter, desamistades en Feisbuc y a lo mejor escupidas al escuchar mi nombre en algún ambigú o función social de postín. Ni hablar, no lo hago con intención de echarle en cara a nadie sus creencias y tesis. Pero este tema se me hace demasiado complicado como para pensar que las soluciones más simples nos van a regresar a ser el País de las Golosinas que se dan en Árbol y los Conejillos Rosas que Retozan en los Prados. País que, dicho sea de paso, nunca fuimos.

Para mi el problema estriba en que no hay un Plan B. No lo hay. Así como llevo décadas escuchando que a México se lo está llevando la monda untada de Viagra, también llevo décadas escuchando verdades perogrullescas que pretenden resolver toda la bronca con un simple adiós a los que llevan los mandos. «Si no pueden, que renuncien». «¿Hasta cuándo, Señor Presidente?». «Que nos gobiernen las putas, ya que sus hijos no han sabido hacerlo». Todas estas consignas lucen muchísimo en pancartas, pintas y mantas, pero no resuelven el problema. Y menos cuando las vemos escritas con errores ortográficos, algo que es tristemente frecuente aún en marchas llenas de intelectuales, políticos de carrera y la mal llamada «gente bien».

No hay un Plan B. Repítanse una y otra vez esto, porque es lo único que puedo asegurarles. Sí, hay muchas ideas que nos suenan muy bonitas e idílicas cuando nos reunimos en torno a chelas, cafés o porros con la firme intención de hacer valer nuestras «opiniones informadas», pero la verdad no tienen sustento. La legalización de la droga es padrísima cuando la vemos llevada a la práctica en Holanda, pero allá tienen algo que nosotros no tenemos: holandeses. El limitar el consumo en Estados Unidos es una quijotesca y noble concepción, pero nuestras circunstancias nos ponen más cerca de abrir una colonia mexicana en las lunas de Júpiter que convencer a los gringos de que no se fumen su hippie lettuce la próxima vez que se lancen a un concierto de Willie Nelson. Y decir que la presencia del ejército es lo que le ha dado en la mother a todo es como decir que la méndiga infección no nos había pegado tan duro hasta que empezamos a tomar penicilina.

¡Fashion Icon!

Y aún así, seguimos sin Plan B. Si un alto funcionario colombiano que combatió con éxito a los poderosos cárteles de droga de su país habla de que la estrategia de Calderón es correcta, pero que hay que apoyarlo y concientizarnos todos de que es así… lo trajeron nada más para echarle porras. Si WikiLeaks dice que el gobierno norteamericano apoya públicamente a México en su lucha contra las drogas pero que tiene reservas respecto a la organización interna de sus fuerzas… Calderón es rependexo y debería renunciar ayer mismo. Y si Calderón mismo sale en una foto de hace como catorce años diciéndole «¡Ya basta!» al presidente en turno… es un hipócrita, pues ahora él es quien debería detener la espiral descendente y escuchar lo que queremos realmente.

¿Pero qué queremos realmente? Nada. Porque… (¡ahora todos juntos!) No. Hay. Plan. B.

En serio, en serio, yéndonos la vida de por medio… ¿sabemos lo que queremos?

Yo sí. Quiero lo mismo que quería hace 8, casi 9 años, cuando me fui de México por primera vez. En la media década previa a mi partida de ese entonces pasé por algunos malos ratos a nivel de mi seguridad y la de mi familia:

• Me abrieron el coche y me robaron estéreo, bocinas, cajas con discos y una maletita con cassettes (¡Cuéntanos más, abuelo Toño!).
• Me asaltaron en la lateral del Periférico cuando me detuve a cambiar un neumático del coche.
• Me asaltaron saliendo de un evento en Casa Lamm.
• Me quisieron bajar del coche cuatro torvos individuos armados abriéndose paso entre el tráfico, y me les escapé en una improbable maniobra automotriz, pero me costó que me destrozaran el parabrisas con un cachazo de pistola.
• Le dieron un cristalazo a su mujer mientras manejaba, robándole la bolsa…
• Me asaltaron saliendo de un cajero automático de Pabellón Polanco…
• Un grupo de cacos bien organizados sometió a la vigilancia de los departamentos donde vivíamos y desvalijó 17 autos, además de meterse a robar en uno de los depas…
• Un par de bellacos quiso asaltarnos a mi esposa y a mi saliendo del hospital de cardiología donde acababamos de internar a mi papá de emergencia. Era un domingo a las siete de la mañana (que se diga cualquier cosa, menos que somos comprometidos con esto del crimen)…

Y no les hago el recuento de lo ocurrido al resto de mis familiares cercanos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos de conocidos… todos pasamos las de Caín a manos del hampa, del criminal común. A mi me fue bien, dentro de todo, porque no me metieron un tiro. Pero a muchos otros no les fue igual. Un día despertamos con helicópteros sobrevolando el edificio, y nos enteramos al poco rato que a un señor le habían vaciado un cargador de ametralladora en la puerta de su casa. Y por eso, en vez de persignarme con la mano equivocada (ya saben de mis creencias) y rezar porque no me tocase a mi una bala, partí canturreando con mi lata de chiles bajo el brazo en busca de un futuro mejor para mi familia.

Ahora, a dos años de estar de regreso, sigo preparando el retache a los Estados Unidos. O a Canadá. O a España. O a las Bermudas. O a las Quimambas. Estoy considerando, incluso, Fukushima. La verdad es que no veo que la cosa vaya a mejorar. Nada más que no le echo la culpa al presidente. El presidente no es mi papá. Es mi empleado, pero trabaja como Dios le da a entender porque tiene un txingo de jefes que no se ponen de acuerdo, y jamás lo harán. En eso de tener muchos patrones sin plan bien organizado sí tengo vasta experiencia, y por eso ahora he buscado consolidarme en ser mi propio jefe. Así sé a quién echarle la culpa cuando no hay Plan B. O Plan A, así de plano.

Nos podemos rasgar las vestiduras y discutir al punto de la mentada de madre sobre lo que necesita el país, y ninguno tendremos la razón. Queremos creer que una renuncia, una descalificación a quienes nos gobiernan, una marcha o un post elocuente va a detener las fosas comunes llenas de cadáveres anónimos, los civiles inocentes atrapados entre ráfagas, los coches bomba, las narcomantas, los telefonemas del Comandante Fulano de Tal de los Zetas diciéndonos que tienen secuestrado a uno de nuestros seres queridos, los descabezados que aparecen en el otrora bello puerto de Acapulco con mucho mayor frecuencia que los estudiantes gringos que venían al “Esprin Breic”, los granadazos que despiertan al vecindario, los infantes de marina enfundados en balaclavas que patrullan las calles empuñando poderosos rifles de alto poder, las muertes de quienes estaban en el lugar y hora equivocados.

¡Ah, pero no se puede! Primero tendríamos que acabar con nuestro orgullo por la cultura en retroceso, con el “yo no estudié ni madres pero soy mejor que tú porque gano más lana”, con los narcocorridos, con la telenovela obligada, con la idea de que tomar partido en el Slim vs Televisoras realmente tiene impacto en nuestra realidad, con comprar pelis piratitas de a diez pesito a las afueras del metro, con librarnos de una infracción con un billete discretamente intercambiado entre sudorosas palmas, con echarnos nuestro ‘gallo’ con los cuates que “no le hace daño a nadie”, con comprar la pieza de refacción que sabemos que es robada porque está muy cara en la agencia, con nuestro Xbox ‘con chip’, con colgarnos de los sevicios del vecino, con la bonita tradición de hacernos pendexos cuando nos conviene y echar pestes cuando las mismas circunstancias dan una kármica vuelta en ‘U’ para darnos en la madre. No es fácil romper con todo eso, en parte es lo que nos ha dado identidad nacional, ¿o no?

Todos los días llevo a mi hija a la escuela. Todos los días paso por una banqueta que no podría estar más embarrada de excremento canino si estuviera ubicada frente a la casa de 101 Dálmatas. Y algunos días veo a uno de los dos perros responsables por dichas excreciones. He contactado a los dos gentiles ciudadanos propietarios de dichas adorables y nobles bestias. Les he comunicado mi desasosiego respecto a la de heces que tenemos que sortear los peatones cada vez que transitamos por las aceras donde sus mascotas tienen a bien evacuar sus intestinos.

Y cada vez que lo hago recibo la misma respuesta: “No, no es mi perro, es el perro de la otra casa…”

Se dan la vuelta, con sendas sonrisas a flor de labios, pensando cosas poco edificantes de mi progenitora y ponderando qué es lo que me da derecho a quejarme de algo que a ellos, obviamente, no les afecta. Y a mi me quedan dos vías de acción posibles. Puedo entrar en una confrontación directa, acudiendo al puesto de policía que se encuentra en la cuadra próxima, para indicarles que es vergonzoso que la acera que lleva a tres escuelas, nueve comercios y como doce domicilios particulares esté completamente embarrada de excremento canino, sin que se le llame la atención a los propietarios de los perros. Vamos, me malacostumbré a acudir a las autoridades cuando algo rompe con las reglas del orden cívico mientras viví “fueras”, así que ténganme paciencia.

O puedo tomar la otra vía. Consiste en tomar una pala que hay en casa de mis padres, y llevarla a cuestas cada vez que llevo a mi hija a la escuela. Puedo asir mi pala, levantar el pestilente despojo con ella y arrojarlo a manera de catapulta en dirección de los patios y/o ventanas de los domicilios donde residen dichos perros (con sus dueños). Eso sería una solución muy poco civilizada, una franca invitación a los madratxos. Pero cada día suena más factible.

Todo se resume a educación. Los dueños de esos perros saben que está mal dejar que estos dejen su excremento en plena calle, donde todos estamos expuestos a la popis. Incluso los dueños mismos lo están, pero me imagino que les es más cómodo pensar que no les afecta. Pero las heces están ahí. Todos los días alguien las pisa y se embarra, diseminando su pestilencia y sus bacterias en una porción más amplia de banqueta, al punto de que luego no hay por dónde pisar. Los barrenderos pretenden quitarla, pero no están preparados para hacerlo bien, y es muy difícil remover la suciedad una vez que se encuentra regada por toda la acera.

Ahí es donde le echamos la culpa, también, a los barrenderos. Nosotros pagamos sus sueldos con nuestros impuestos, ¿porqué no pueden tener la calle limpia? Son unos inútiles. Son unos buenos para nada. No saben ni usar la escoba. Deberían traer barrenderos de otros barrios donde las banquetas sí están más limpias. Si no pueden barrer bien, mejor que renuncien.

Pero nadie se ha preocupado por ver de dónde vienen las heces caninas. No nos unimos para concientizar, para concientizarnos entre todos de que el acto parte de una verdad más simple. No queremos mantener limpia nuestra propia banqueta, queremos que alguien lo haga por nosotros, y ya. Y si nosotros somos los responsables de la suciedad… que se xodan los demás.

Sobran los ejemplos como el anterior. Bueno, a lo mejor no tan idiotas como el anterior, pero sí en torno a la falta de educación como causal de muchas de nuestras desventuras actuales. Como carecemos de educación, no podemos inculcar reglas básicas en nuestras familias. No podemos explicarle a un hijo que sus opciones de vida van mucho más allá que lo que implica tranzar al vecino, tener muchos hijos para confirmar condición de macho-alfa o trabajar dos semanas en lo que hallan la forma de darle una buena despelucada a sus empleadores. Nuestras hijas pueden creer que ser tratadas a punta de sopapos por sus novios es normal porque eso mismo le pasa a Itatí Cantoral en su novela, que una tanga les abre más puertas que un diploma de preparatoria y que el chiste es agarrarse un marido que las mantenga a punta de embarazos pues eso de la contracepción es penado por la iglesia.

Eso sí, los logos y los "jachtags" nos quedan bien chiros...

La educación les ha dado resultado en Colombia, según nos dicen. También es la educación que les permite a países más civilizados el contemplar la legalización de la droga como vía de mitigar el impacto del narcotráfico. Es la educación que le permite a los padres inculcarles a los hijos una idea clara de las consecuencias del consumo de drogas. Y no me refiero a los dogmáticos lemas de que “destruyen, y tú mereces vivir”. Otra vez, esas son las respuestas de cajón. Yo no me opongo a que la gente consuma drogas. Me opongo a que no hagan algo positivo quienes las consumen. Vamos, no voy a quemar todos los discos, libros, pelis, poemas, cómics y videojuegos de mi colección que han sido generados bajo el efecto de alguna sustancia prohibida, pues eso sería hipócrita.

Pero también sería hipócrita pretender que la culpa de todo esto es de los políticos, del presidente y su gabinete. La prueba es que han pasado muchos políticos distintos por cargos de todo nivel, y la cosa no mejora. ¿Será que la bronca viene de otro lugar más profundo, más diseminado y menos ubicable en un cómodo nicho a la vista de todos?

Me gustaría saberlo, y más temprano que tarde. La cosa se está poniendo color de barro oaxaqueño y seguimos pensando que consignas gastadas y renuncias son toda la respuesta. Queremos que ya no le estén apretando las tuercas al narco, que el ejército baje las manos y que el gobierno acabe esa guerra sucia que nadie pidió, según la mayoría de lo que escuché en la marcha.

Ah, pero también escuché el contrapunto a esa tesis. Hablé con un veterinario que era muy feliz en su natal Michoacán, pero que se vino hace unos años a la capital porque estaba harto de que La Familia le pidiera una fuerte cuota mensual por “permitirle” trabajar. Recién volvió de un congreso donde descubrió que al menos la mitad de sus colegas en distintos puntos del país tienen que pagar ese tributo a quienes se han apoderado de ciertas plazas, donde la policía ha sido rebasada y/o corrompida desde hace mucho.

Hablé con amigos de la Sultana del Norte, que aprecian el riesgo de ser asaltados por criminalillos carteristas en el De Efe en vez de estar arriesgando el alma si les apetece una cerveza en Monterrey. Intercambié puntos de vista con familiares de Tamaulipas, que están cada vez más cerca de emigrar en definitiva ‘al gabacho’ con tal de no quedar atrapados una vez más en una balacera. Y ya ni les platico lo que me cuentan mis amigos de Colombia. Hablan comparativamente de lo mucho que sufrieron para salir de esa guerra que tampoco pidieron (las guerras rara vez se piden, de hecho), pero que dejaron crecer hasta el punto de que hubo que pelearla, so pena de que se los llevara entre las patas.

No quiero convencerlos de nada. No apoyo la marcha, como no apoyo la política del gobierno actual a rajatabla. Tiene cosas buenas y cosas malas, a no dudarlo. No soy tan ingenuo como para creer que nuestro problema nacional no tiene también fuertes influencias del exterior. Pero tampoco me voy a enfrascar en debates que no nos van a llevar a construir algo que mejore la situación. En mi blog me gusta de repente opinar, en vez de buscar que les guste o que estén de acuerdo con lo que escribo. Y como sé que muchos de ustedes también tienen sus propios espacios para expresarse, sería interesante que expusieran sus ideas a nivel personal. Nadie nos está juzgando así como nadie nos toma opinión, pero a lo mejor algo de lo que constatamos al reconciliarnos con nuestras opiniones propias (no las que nos dicta una marcha, un muerto, un presidente o un hashtag idiota en Twitter) contribuye a mejorar el discurso que se oye por las calles. Es un discurso que, como dije en un principio, es difícil de descartar pues nace del dolor y del hartazgo, así que no está equivocado en sus sentimientos. Pero no construye. Une, sí, hasta cierto punto. Más no educa.

Educación. Ese sería un buen Plan B.

Lástima que no se nos ha ocurrido aún.