Mil perdones por regresar así al blog, en serio. Generalmente me gusta volver de las ausencias prolongadas haciendo acopio de algo de la gracia que ustedes suelen buscar en este espacio. Desempolvo mis chistes más viejos para que pasen por nuevos, estructuro algunos comparativos chuscos con cuestiones pertinentes al momento actual, inserto referencias vigentes a la cultura pop, añado un par de fotos simpáticas, y ¡presto! Finísima Persona al instante.
Pero claro, no está el horno para bollos. No después de la jornada electoral del domingo. Quisiera encontrar mucho de lo risible que se ha vivido recientemente y darle mi interpretación propia, sólo que es difícil hacerlo en esta ocasión.
¿Y es que cómo pretender hacer reír a quienes tienen tantas ganas de amargura?
Nadie se murió el domingo 1 de julio. Bueno, uno que otro enfermo y ancianito sí, como es natural. Pero vivimos unas elecciones pacíficas, con “saldo blanco”, como le gusta reportar a los medios que embarran consistentemente de rojo sus espacios. Y aún así el aire huele a funeraria, a rastro, a escena del crimen. Gente sensata se vuelve hostil, desconfiada. Mira por encima de sus hombros, de soslayo, musitando insultos contra quienes le hicieron mal. En lo peyorativo llevan una larga frustración acumulada de no poder tener lo que quieren, cuando lo quieren, y eso les pesa. Pero es una amargura electiva. ¿Por qué?
Olvídense de leer mi opinión personal respecto al voto y a los candidatos en esta entrada. ¿Para qué? Ya tuvieron (tuvimos) suficiente con las campañas, que duraron eternos meses en algunos casos y hasta un sexenio y fracción en otros. No importan. ¿Saben la razón? Sigue leyendo