Las compus de mi vida

Me pongo Hardware con ese Software...

Ni hablar, me tocó nacer en la era de la computadora personal. Y por lo mismo me puse a reflexionar cuántas computadoras han pasado por mis pecadoras manos. Demasiadas, claro está. Pero puedo hacer un recuento de las que han sido mi propiedad. Dénse un quemón para que vean lo mucho que ha avanzado la humanidad desde principios de los 80 para acá:

La primera: Timex Sinclair 1000

La Sinclair 1000 y un juego. Nunca pude cargar uno.

Así es, Timex. La compañía célebre por sus aguantadores relojes de pulsera fue de las primeras en comercializar computadoras personales, allá por 1981. Este remedo de computadora cabía prácticamente en la palma de tu mano, tenía un teclado de membrana (sí, como los de tu horno de microondas), y poseía una inusitada memoria ROM de 2K. Sí, 2K. Un obtuso cubo que se le conectaba atrás la expandía a un impresionante 16K. O sea, más de lo que mide la foto de tu avatar en Twitter. Se conectaba a la tele, pero los gráficos eran en estricto blanco y negro. Los programas venían en cassettes de audio, así que había que conectarle una grabadora cada vez que querías guardar algo, correr un rudimentario procesador de palabras (menos práctico que una máquina de escribir, francamente) o jugar uno de los arcaicos juegos que, siendo controlados por el pinchérrimo teclado, eran más frustrantes que otra cosa. Por principio de cuentas los mejores juegos de la Sinclair no eran ni lejanamente cercanos a los peores de un Atari 2600, así que se pueden imaginar. Después de varios infructuosos meses intentando sacarle provecho, se la vendí a mi primo. Perdón, primo.

El mastodonte: Texas Instruments 99/4

TI 99/4: Más pesada que Precious...

Para la época era impresionante, pero sólo por su tonelaje. En efecto, tras la ligereza de la Sinclair, mi papá se trajo a casa este monstruo tamaño Godzilla que había comprado para la oficina, pero que sustituyó de inmediato ante la oportunidad de comprar unos equipos Canon más apropiados para las labores de contaduría de su despacho. El caso es que heredamos este coloso. El teclado era incómodo, aunque no tanto como el de su predecesora, y tenía una gran ranura frontal donde se empotraban cartuchos (onda Atari o Nintendo) que contenían lenguajes de programación (Basic era el más utilizado), aplicaciones o juegos. Pero ahí va lo interesante: esta compu ya funcionaba con floppy disks de 5″ 1/4. El monitor era a color (¡16 de ellos!), y tenía sonido. De hecho alguna vez escribí un programita que emitía una secuencia ascendente de sonido que iba desde lo más grave hasta lo inaudible para el oído humano… aunque no para el oído canino, pues mis perros se soltaban aullando cuando lo echaba a andar.

Súmenle monitor, impresora, tres módulos más y apenas...

La TI 99/4 era un  monstruo. El monitor de 21 pulgadas pesaba casi el doble que dos teles Trinitron de similar tamaño, no me pregunten porqué. Y los múltiples periféricos se interconectaban en serie mediante unas ranuras del lado derecho, así que tu máquina crecía lateralmente y requería de un gran escritorio. O mejor dicho, de una gran mesa, pues no había escritorio capaz de albergar el teclado, las 3 unidades de discos, el drive manager (un artilugio sin el cual no funcionaban los drives), el interfase RS232 (no pregunten), el print manager (otro artilugio tamaño drive que permitía conectar la impresora), el módem (¿pa’ qué caraxos?) y la base del teléfono para el módem. No muy práctica, pero la usamos durante un año, aproximadamente. Después pasó a ser propiedad de mi tío, un ingeniero que sí se las arregló para sacarle provecho durante cuatro largos años. Aunque creo que no pudo usar su comedor en todo ese tiempo, pues sólo ahí cabía el armatoste. Sigue leyendo