Man of Steel: Un dios llamado Kal

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You will give the people an ideal to strive towards. They                                               will race behind you, they will stumble, they will fall. But in time, they will join you in the sun. In time, you will help them accomplish wonders – Jor-El, Man of Steel

(SIN SPOILERS, TRANQUILOS)

Hay un momento especialmente efectivo en la última versión fílmica de Man of Steel: el protagonista entra a la iglesia del pueblo donde creció, buscando alguna clase de respuesta de parte del párroco local. Se encuentra acosado por las huestes kryptonianas del General Zod, pero ignora si su sacrificio servirá de algo para salvar a la especie humana. Y mientras el cura hace su mejor esfuerzo por orientarle, cada nueva duda que asalta su mente está enmarcada por la figura de un Jesucristo en el vitral a sus espaldas.

El tono cuasimesiánico que reina en la última película en la saga de Superman no debe de sorprendernos. Esta postura de considerar la naturaleza divina de los súperheroes no es nada nueva, pero quizá no se le había explorado con tanta claridad hasta este momento. Quizá eso me hace disfrutar Man of Steel mucho más de lo que sus calificaciones a nivel crítico (alrededor del 54% en Rotten Tomatoes) podrían sugerir.

Superman no es un súperheroe simpático, admitámoslo. Y mucho menos en la pantalla. Por principio de cuentas no hay muchas formas de hallar empatía en él. Es demasiado alienígena para ser un tipo torturado por su psique, como es Batman. Su nobleza parece gratuita y no emana de una debilidad en su etapa formativa, como la del Capitán América. No parece disfrutar su rol heroico como el ocasionalmente inmaduro Spider-Man. Y tampoco es un bastardo carismático y pendenciero a lo Wolverine. ¿Cómo hacerlo conectar con el público? Sigue leyendo