Mommy Rotten

Hay algo que me inquieta sobremanera en el comportamiento de mi Finísima Familia, concretamente a nivel de mi madre y de mi hermano El Nel. Creo que tienen una extraña resignación a consumir alimentos echados a perder.

Me explico: en mi familia siempre ha existido un rechazo total y absoluto al desperdicio. Del lado de mi papá viene por el hecho de que mis abuelos pasaron las de Caín durante la Guerra Civil Española. Las condiciones de escasez, por no decir de hambruna, les pegaron duro a ambos abuelos. Cuenta la leyenda de que en los peores días, mi abuela se armó de valor y se robó un pollo de una granja vecina para alimentar a su familia, y que el trauma de matar al animalillo fue tal, que eso la orilló a rechazar el consumo de carne gallinácea por el resto de su vida.

Mi abuelo no la pasó mejor. Estuvo metido en un campo de concentración una vez que su bando perdió la contienda. La brutalidad de los vigilantes senegaleses, quienes acostumbraban robarles a los prisioneros la poca comida que llegaban a procurar, dio pié a que uno de los compañeros de barraca de mi abuelo Pepe fingiera haber sustraído una naranja de contrabando, envuelta en un pañuelo. Cuando uno de los guardias más malditos, un descomunal negro que hacía valer sus instrucciones a punta de culatazos, le quitó la «naranja» a aquel ingenioso gachupín, tuvo la mala fortuna de descubrir que dentro del pañuelo no había una jugosa fruta, sino una explosiva granada. Para que luego le cuenten a uno que dejarse llevar por la gula no necesariamente tiene malas consecuencias…

En fin, eso es por el lado paterno. Mi mamá, por su parte, es de esas personas predisupuestas a sufrir por todo el mundo y por todos los motivos. Ya les he contado de sus frecuentes rescates animales, convirtiendo la casa de mi niñez en una especie de ‘hospital de guerra’ para perros, gatos, aves, ardillas y algunos bichos cuya especie aún no nos queda del todo clara. Y con la gente es aún más sensible: continuamente desaparecen de la casa alteros de ropa, cajas y más cajas de despensa, enseres menores y toda clase de prendas y propiedades, casi siempre destinados a viejitos y viejitas, a niños indígenas que se encuentra pidiendo limosna en camellones o a simples extraños que ve «muy desarrapaditos» (su frase predilecta para explicar esas tendencias de Madre Teresa Región 4). Creo que hasta a algunos de mis amigos con más pinta de xodidos ha querido asistir con sus obras caritativas (no se ofendan, muchachos, es en buen plan).

Esto ha dado pie a una molesta situación. Como en casa de mis papás siempre han habido multitudes de abonados (desde parientes que pasan por malos ratos hasta amistades de los hijos que han sido corridos de sus respectivas casas), siempre han habido también abundantes provisiones alimenticias. Mi mamá empleó durante décadas a un viejito jardinero que realmente no hacía nada en el jardín más que ahogar una que otra maceta, pero que por otro lado disfrutaba enormemente sentándose al sol en una banquita, consumiendo opíparos desayunos y almuerzos preparados por mi jefa, a menudo coronados con una copa de jerez o brandy «como digestivo». La única razón por la que mi jefa quería seguir contando con los servicios del ancestral Don Guillermo era para darle de comer. Y esa gentileza se ha extendido a toda clase de personas, así que la despensa crecía de la mano de dichas medidas.

¿Qué horrores charcuteros encierra un inocente sandwich? ¿Me estoy jugando la vida en un almuerzo?

Por consiguiente, el refrigeradorsote de la cocina está perpetuamente colmado de ingredientes para preparar sendas comilonas, con el plus de que ahora a los perros de casa también se les cocina en estufa (mi mamá tiene la tesis que los cánceres animales que han proliferado a últimas fechas se deben a las croquetas). Estufa, despensa y frigoríficos se hallan frecuentemente poblados por toda clase de productos, ya que mi mamá aprovecha para surtirlos en cuanta oferta llega a atravesársele.

Lo malo es que hay un punto de equilibrio que a menudo se rompe. En su afán por ahorrar, mi mamá compra más productos de los que es capaz de preparar en un momento dado. Y todos sabemos que una despensa y refri llenos tienen como único resultado que se nos nuble la lógica a la hora de planear comidas. Si a este caos de adquisiciones le sumamos las compras impulsivas que hace mi papá con alarmante frecuencia («¡Mira, gorda: compré catorce tortillas de papa congeladas en el Sam’s Club! ¡Me las dieron a probar y no están tan malas!»), pueden deducir que es bastante frecuente que las cosas se echen a perder.

Pero lo peor de todo es que mi mamá se rehúsa a admitir que algo se está pudriendo. Así de simple. Le fascina hacer jugos de fruta naturales para todo el mundo (pues también tiene la idea de que los jugos procesados son más malos para el organismo que beber gasolina Magna), pero compra tales volúmenes de fruta que no es raro que se le vaya una que otra naranja o toronja pasadona en el extractor. Mis caras de repulsión al tomar un trago largo de jugo, esperando dulce frescura pero hallando un amargo resabio en su lugar, suelen ser coronados por reclamos en el tono de: «Ay, no seas delicado y payaso, Juan Antonio. Lo que pasa es que tú te acostumbraste a todos esos sabores de los jugos gringos que se hacen con polvitos y químicos conservadores».

El queso quesadillero es otro peligro. La lógica nos dice que un queso que comienza a mostrar la inconfudible pelusilla blanca y/o los delatores hongos del enmohecimiento está listo para el bote de basura, ¿cierto? En mi casa no es así. Usan a menudo la Defensa Roquefort para justificar el uso de quesos más pasados que Lenny Kravitz palomeando en Negril. O sea que cuando doy una mordida a una sincronizada y detecto un inquietante tufillo a calcetín de marchista, me argumentan que soy un payaso y una nenita hipócrita, pues bien que me gusta comer quesos Roquefort, Cabrales, Stilton, Reblochon o Gorgonzola (sí, soy un mamón en lo que a apreciación de quesos finos concierne), así que quejarme por un manchego de la Caperucita que ostentaba una superficie veteada de verde es una auténtica manía, en su humilde pero firme opinión.

Perdón pero hay abismales diferencias entre un Cheddar echado a perder y un magnífico Reblochon maduro. ¡Sibaritas del mundo, uníos!

Mi hermano es cómplice en todo esto. Dice que la salsa para espagueti buena se hace con tomates podridos (un chef me dijo que deben estar comenzando a pasarse, pero no podridos, que no sea animal), así que insiste en llevar los límites de sus creaciones culinarias al punto donde corro un grave riesgo de morir intoxicado con la próxima porción de lasaña que se me ocurra compartir con él.

Ningún pan llega al bote de basura: todo se transforma en crutones, pan molido o pudín de pan. Podemos tener plátanos más negros y mosqueados que el cadáver de Michael Jacks… OK, mal ejemplo, el caso es que pueden estar completamente al borde de la podredumbre, que mi mamá se las ingeniará para servírmelos en un licuado. Y ni hablar de los hallazgos arqueológicos que se pueden hallar ocultos en lo más profundo de la alacena: el otro día me encontré una cajita de gelatina Gloria que caducó en 1983.

La manía por guardar comida como ardilla hibernante es terrible. Si me voy de viaje y le traigo chocolates de regalo a mi señora madre (su vicio histórico), tengo que asegurarme de que se los coma en el momento, pues de lo contrario los esconde en su clóset o algún sitio similarmente inapropiado para un día «que se le antojen mucho» o para una fecha especial. E invariablemente se le olvida dónde y cuándo los guardó. Hace una semana extrajo una caja de bombones rellenos que compró en un viaje a San Diego, hace dos años. Sabían a jabón de hotel de paso (no pregunten).

La regla de oro: si huele a patas y NO es queso, tíralo a la basura...

Siendo justos no debería estar ventilando estas cuestiones aquí, en el nada discreto espacio bloggero que frecuentan las masas cada vez más numerosas. No sin precisar que el volumen de alimentos en descomposición que llegan a servirse en el hogar paterno es mínimo comparado con el magnífico desfile de gloriosos guisos, portentosos potajes, majestuosos manjares y caprichosas confecciones que salen de esa cocina de manera cotidiana. En serio, en mi casa se come delicioso, y los ocasionales tropiezos en afán de «no desperdiciar nada» son, por fortuna, infrecuentes.

Pero no puedo evitar preocuparme por el nivel de obsesión que pueden alcanzar, una vez que asoman. Mi papá compró un garrafoncito de agua de coco natural, mismo que quedó olvidado en otro rincón del atestado refrigerador. El día que lo abrí y quise beber de su magnífico contenido, un terrible aroma (mezcla de tepache y bronceador barato) asaltó mis fosas nasales con repugnante violencia. Procedí a vaciar el contenido del garrafón en el desague del fregadero cuando fui sorprendido por mi mamá, que me lanzó una mirada que hacía pensar que me descubrió metiendo gatitos vivos al horno de microondas. Con una velocidad Suckerpunchesca cruzó la cocina en dos pasos, me arrebató el garrafoncito (donde aún quedaba el equivalente a medio vaso de agua de coco echada a perder) y procedió a beber su contenido de un golpe, puntualizando con un «eres un desperdiciado, ya te dije que no dispongas de las cosas que crees que se echaron a perder, porque eres un delicad…»

Y hasta ahí llegó el regaño. Creo que, en el fondo de sus ser (tanto física como espiritualmente hablando), mi madre se dio cuenta de que eso de ser ahorrativo y juicioso a la hora de evitar el dispendio y el desperdicio, puede ser mal consejero para las papilas gustativas. Y causar infecciones estomacales e intoxicaciones. No que lo vaya a admitir ante mi, claro, pues sería tanto como escupir en la memoria de mi abuelo y sus privaciones guerreras…

Pero les puedo jurar que mi mamá sí hizo gestos de asco, muy disimulados. Así que todavía hay esperanza para ella…

31 comentarios en “Mommy Rotten

  1. hahaha ok y con todo respeto ya se donde no ir a comer recalentado
    me recuerda cuando mi carnal y un servidor de mas chavos -entre la primaria y la secu- nos retabamos para comer madre y media que encontrabamos en el refir, perdia el que terminara llendo primero al baño

  2. En la casa de ud. Mr Sempere (bueno la mía pero se la ofrezco humildemente), siempre hay un chingo de comida: 2 refrigeradores lo atestiguan. Como generalmente hay alguien a dieta el refri se llena de quesos panela, manchego light, yogurt natural, espinacas, apio y champiñones los cuales no son para siempre… los sábados (un dia antes de k mi padre nos lleve al ritual de ir al super en familia) se hace una revisión exhaustiva de lo k sirve y lo k no, lo cual da pie a experimentos de último minuto: quesos (varios) con champiñones y apio, yogurt con espinacas (guak), etcetera.

    Mi ma es igual… mira este quesito… es una láaaaastima tirarlo!

    A ver k sabadito te das una vuelta por la casa pa degustar alguno de estos platillos.

  3. Yo padezco el caso contrario lamentablemente, ¿el jamón ya está medio baboso? A la basura, ¿la leche tiene fecha de caducidad del día anterior? Ni siquiera la destapo e inmediatamente la tiro, y así con toda la comida que muestre el menor signo de descomposición. Me dirán payaso pero la peor enfermedad de la panza que me ha dado fue por comer un queso que -nomas tiene una orillita verde, se la corto y ya-, a partir de esa vez me hice maniático con los alimentos que como.

    A ver si un día mi ‘amá le va a dar clases a la suya pues tiene un reloj interno que parece detectar cuando está echada a perder la comida.

    Saludos

    P.D. La próxima vez que se encuentre solo en la casa de sus finísimos padres aproveche para revisar todo y tirar lo que este podrido, y cuando llegue si mamá le diga -pues que crees jefa que pasaron unos niñitos pidiendo para un taco y les di todo lo que sobraba- .

  4. En casa de mi madre, la práctica de comprar mucho y no tirar nada ha encontrado refugio en 2 congeladores donde puedes encontrar desde pasteles de todas las bodas de la familia hasta tamales de la navidad 1998

  5. Esto me recuerda la bonita historia del mosntruo que vivía detrás de la mayonesa, junto al ketchup, a la izquierda de la ensalada de coles. Kudos extra al que sepa de que estoy hablando.

  6. Yo también parezco Madre Teresa de Calcuta región no sé, me la paso atendiendo gente y animalitos de la calle, cualquier asociación que necesite ayuda ahí voy o marchas, causas sociales, etc, en fin, soy una grillera ja ja mi papá es como tu mamá también llega a comerse cosas que uno jamás pensaría ni siquiera oler, pero él parece disfrutarlas, mi papá no es caso perdido, todavía hay momentos en que se le ocurre oler un alimento para decirme que no lo ingiera porque si, en realidad está echado a perder, pero cuidado de nosotros donde tiremos frutas que ya se ven bastante mal, porque él enseguida nos regaña o las levanta de su sitio, sí, las recoge de la basura y las lava. Vaya, son cosas que uno muchas veces no entiende, pero sí, existen.

  7. Así son los abuelitos que vienen del campo y han pasado hambres. Mi abuela es de un lugar donde sólo se comían nopales y tiene ese mismo vicio de ahorrar. Me sorprende que a alguien más le pase eso de los jugos con fruta ya malita. Lo triste de mi caso es que mi abuela casi siempre usa comida fea; en una ocasión encontré un queso de cabra ya casi verde y con hongos, así que lo tiré al bote de la basura, regresé media hora más tarde y resulta que mi abuela lo había recogido (eewk), le había quitado la cortecita y se lo había cocinado con cebolla a mi abuelo :S

  8. Mi madre va para allá, si no es que ya llegó. Al lado de la casa había una construcción abandonada donde por unos dos años vivió un señor al que ella le decía Don Manuel, pero que el resto de la familia apodamos Don Robinson. Tenía, en efecto, todo el aspecto desaliñado de el célebre náufrago de la ficción, como si hubiera sido abandonado por el mundo y no tuviera otra que vivir así. Claro, mi mamá le invitaba taquitos, chilaquiles, quesadillas y lo que sintiera necesario para que el sexagenario apestoso no se nos muriera de hambre o de una cruda chelera. Y ahí estuvo hasta que sus hijos se lo llevaron de vuelta a su casa, pues a pesar de las apariencias, era un hombre dueño de su casa y simplemente emberrinchado al grado de que decidió vivir con una jauría de perros callejeros, a los que mi mamá también prodigaba sobras de comida demasiado poco apetitosas para el consumo humano saludable. Su pretexto era que así teníamos un velador, quien echara un ojo a los coches y que el Señor su Dios le había encargado a los cristianos no desamparar a los vagos borrachos cagajardines abandonahogares berrinchudos apedreagatos. O algo. Lo cierto es que nunca nos volaron ni un espejo de los coches mientras él y sus bestias vivieron al lado.

    Ahorita vengo, creo que una de mis tías le regaló a mi mamá un generoso molde con pastel y gelatina que no ha sido tocado por nadie desde que aún era febrero. Seguro ya lo bañó en brandy con rompope para hacerlo durar más, y para mi deleite etílico de grado tal que me permita ignorar las colonias fungíferas que seguramente pueblan las galerías y túneles porosos de tan antojable postre.

  9. Pues en casa de mis padres nuca fuimos tan cerca de alguno de los extremos, digo si tirabamos comida ya en franca descomposicion, pero tambien llegamos a hacer tostadas con tortillas duras, moler pan duro para empanizar usar leche medio descompuesta para amasar las tortillas y cosas asi, Ahora en mi casa, mi esposa llama a la familia la marabunta, tengo tres hijos en pleno desarrollo que comen como pelones de hospicio asi que es muy raro cuando algo alcanza la fecha de caducidad ademas que su servidor y mi señora tampoco nos quedamos atras, digo somos norteños grandotes, hay que conservar el tamaño. Ahora que si de frugalidad se trata conoci a una familia en mi niñez cuyo progenitor guardaba la despensa bajo llave, ademas de que el refigerador tambien estaba cerrado con una tremenda cadena que haria palidecer a las que arrastraba el fantasma de Canterbury y cuando iban al baño tenian que ir a pedirle papel higienico del cual solo les daba tres cuadritos y nadamas y eso se los daba siempre y cuando ya se hubiera acabado el periodico en el baño el cual convenientemente recortaba en cuadros y los ponia una tabla con un clavo para ser usado como higienico, no era muy raro ver a los demas miembros de la familia guardandose trozos de papel higienico de los baños de la escuela o servilletas de la cooperativa. Se cenaban todas las noches un cafe con tres galletas marias, la taza de cafe cabe mencionar era mas parecida a la tazita de un juego de te de muñecas que una taza real, ademas no se tiraba nada de comida y si alguno de los miembros osaba dejar algo de comida en el plato esta se guardaba de inmediato en un tupper y al congelador y era servida al mienbro infractor a la siguiente oportunidad a la mesa

    • Creí que terminarías tu relato diciendo: «… y los 5 hijos del matrimonio estudiaron en Harvard», lo cual explicaría porke el trinche viejo ahorraba tanto…

      • Ja ja ja no Tabaskeña aunque todos tienen carreras y oficios decentes no llegaron a tanto, el señor todavia vive, pero ahora la unica que sufre por su estilo de vida es su señora esposa que sigue estoica ante el castigo ….

  10. jajajaja…. Excelente relato!!!!
    Primo, este tema lo abordaré contigo ahora que este por tus rumbos con la futura dueña de mis quincenas…

  11. Orale, eso de la comida echada a perder si es un tema un poco peliagudo. En mi casa, en ciertas ocasiones, principalmente cuando estoy solo, la comida de su hulmide casa de ustedes, empieza a escapar del refri de tanto moho que le sale. Y no por que no coma, si no por que en ciertas ocasiones, me cocino mas de lo que termino comiendo, lo guardo y tiendo a olvidar que he guardado suculentos majares para después, así que después de una semana y cuando reviso de nuevo el refri para la «limpieza» pues suelo encontrarme ante moral por el hecho de botar ese nuevo «ser» que se a creado a expensas mías.
    Hasta ahora, siempre que algo ya huele feito, tiene textura sospechosa o su color se torna verdoso, lo tiro a la basura.

  12. Curiosamente mi mamá también tiene esa costumbre de guardar cosas y cosas en el refri, tortillas y bolillos duros para darselos a una tia que tiene pollos, frasquitos de muchas cosas (mi papa le dice Doña Pomitos), lo curioso es que no toma ni una sola gota de alcohol, lo unico que le gusta es el Caribe Cooler.

    Preo entiendo, ese comportamiento extraño viene de las carencias que vivió en su niñez. No la juzgo por eso, pero varias veces he tenido que tirarle a la basura comida, fruta y otras cosas ya con hongos y todo.

  13. La increible hazaña de ser un ser humano. Las carencias te marcan de por vida. Provengo de una familia que emigro de la Sierra al DF en busca de oportunidades. Un tiempo vivimos de ayuda ajena (lavar y planchar) y mi padre de velador. Gracias a esto pude terminar mis estudios y la vida me ha cambiado y ha cambiado para ellos. Sin embargo, las carencias no las olvidan. En la casa de mi madre la comida no se hecha a perder, se recicla en quezadillas o en tacos dorados. Mi padre ve un clavo, un fierro o un mueble en la calle y lo recoge para guardarlo ya que uno no sabe cuando hara falta. Es mas los domingos luego llega a mi casa a lavar el coche para que yo no tire el dinero.

    Mi madre como toda mujer mexicana se vincula mas a su lado emocional y ahora ayuda a todas aquellas personas necesitadas que son muchas.

  14. En mi casa habia una costumbre similar con la comida ya caduca, no pasa nada decian, la fecha de caducidad es solo una sugerencia y esta debe de aguantar unos dias mas. Lo malo fue con unos panes para Hot dogs con algunos puntitos verdes que me provocaron un poco de asfixia y ojos casi cerrados por el constante lagrimeo. desde ese dia no como nada que haya pasado la fecha limite, pero eso no me libra de ser tratado como delicado. jajajaja.

  15. no se por que pero me acorde del papa de art spiegelman, en su libro maus, si lo han leido sabran a lo que me refiero, tambien recuerdo el pastel de sobras de la mama de malcolm in the middle, que se hacia con todas las comidas que sobraran de la semana pasada, cada piso era una comida diferente, el colmo fue cuando el ultimo piso del pastel de sobras era…el pastel de sobras de la semana ante pasada…ugh.

    yo tambien odio eso de desperdiciar, pero a veces no puedo evitar ver melones o papayas podridas en mi casa, ayer me iba a comer unas hojaldras del aurrera pero, oh dios!, habia una poblacion de moho en ella, ya tenia melena la pinche hojaldra, yo me como el yogurth caducado a veces, creo que los lactobacilos mutan y son mas efectivos

  16. Vaya, creo que en todas las familias pasa algo parecido. En casa de mis padres, sólo se compra lo necesario, por lo tanto nunca se ha tenido el refri repleto de comida o la despensa a reventar, la cual generalmente se surte los domingos. Y ahora que ya no vivo con ellos, pues he seguido algunas costumbres, pero eso sí, no dejo que la comida se eche a perder.

  17. Las familias mexicanas tenemos esa mala mania, en mi familia que gracias a mi Padre saliio de una familia muy humilde siempre nos enseñaron a no tirar la comida que ya no se comia. Y recuerdo muy bien que los lunes mi Papa con la comida que sobraba el fin de semana hacia un delicioso «revoltijo» como el le decia condimentando esta comida con una rica olla de frijoles y creanme no sabia nada mal…

  18. buenas buenas, pss quiero decirte que esa pic del sandwish esta genial y pss kisiera comunicarme contigo para tener una charlaXD okas espero respuesta

  19. Ja! Buscando como saber si los nopales están echados a perder y me encuentro con esto. En mi casa pasa algo parecido con mi madre. Mi papá es comprador compulsivo de ofertas pero vacía alacenas y refri de vez en cuando con la premisa de «Si lo dudas, tíralo». Y yo… soy una bipolar que baila entre uno y otro extremo, se resuelve cuando huelo todo: si no me llega algún aroma raro, lo caliento un poco y si sigue bien, lo cocino a la perfección y me lo como. Si cuando lo caliento huele mal, pues bye! XD

  20. hahahaha, estimada María si por alguna razón regresas a ésta entrada, te comentó que curiosamente yo encontré éste destino de la misma forma que tú, «nopal echado a perder» y la única referencia que encuentro al respecto es; ¡la tuya!, leyendo ésta poca inusual historia, creo que verso más en el perfil de los padres… detesto tirar comida a la basura, el origen no es tan conmovedor como la carencia de comida en la infancia ni alguna historia familia conocida, simplemente no se me da y creo que igual que muchos padres a veces pongo en riesgo a los que me rodea aunque procuro ser el único objeto de los experimentos culinarios con comida a días de convertirse en desperdicio, siempre digo ….»la fecha de caducidad usualmente abarca 2 o 3 días más»…. (por cierto lo mismo aplica para las medicinas).

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