Mi inútil boicot…

Pese a que soy Parkingopochtli, Dios de La Estacionada (ver el punto 2 de este post), tengo una relación de profundo odio por los estacionamientos públicos. En la Ciudad de México son tan inevitables como el esmog, el ambulantaje y las declaraciones idiotas de Marcelo Ebrard, así que la resignación es lo único que nos queda. Pero de que hay tela de donde “rantear”, la hay…

Hoy aproveché de pasar a un conocido centro comercial donde hay una enorme sucursal de Telmex con cajeros automatizados para pagar el teléfono. Mi rutina habitual para este lugar era simple: estacionarme, correr al cajero, pagar de volada y abandonar el lugar antes de la expiración de los 15 minutos de tolerancia. En este proceso he descubierto algo curioso: esos 15 minutos no son reales. Según mis cálculos y experimentos previos, hay una discrepancia de dos o tres minutos entre el tiempo mostrado en tu boletito al ingresar al estacionamiento y el reloj que marca la salida del mismo. De esta forma no cuenta para nada el pensar que estás dentro de la llamada “tolerancia”, pues es un periodo de tiempo ficticio y aleatorio.

Ya me había quejado un par de veces con los operadores del estacionamiento a este respecto, amenazando incluso con acudir a instancias oficiales (Profeco, pues) si no se corregía esta injusticia. Lo que descubrí el día de hoy, con profunda tristeza, es que la solución que tomaron fue mucho más drástica: ya no hay tiempo de tolerancia. Así pues, resté 15 pesos  obligatorios adicionales por concepto de estacionamiento a un proceso que solía ser gratuito.

Mejor negocio que vender cocaína. Pero igual de ilegítimo.

Esto no fue lo único que me puso de malas. Por mera curiosidad me puse a contar el número de vehículos que ingresa al estacionamiento en quince minutos. Después multiplliqué dicho número por los accesos con los que cuenta el centro comercial. Multiplicar el resultado por cuatro me proporcionó la cifra de vehículos ingresados por hora. Multipliqué por el número de horas de operación del lugar. Hice algunos ajustes para descontar horas pico, y estimé que todo ingreso tuviera que pagar el mínimo de una hora, a sabiendas que hay 12 salas de cine y varios restaurantes en el lugar, y que las cortesías son prácticamente nulas. Mi conservador cálculo arrojó la alarmante cifra de cinco millones de pesos por concepto de estacionamiento, al mes.

El lugar es grande, sí, pero no es un estacionamiento techado, ni una estructura construida específicamente para recibir autos. Es un lote. El personal de vigilancia es mínimo. No hay forma posible de justificar ganancias superiores a cinco millones de pesos mensuales por estacionarse en ese sitio para el propietario del inmueble. Pero estamos resignados y destinados a pagarlo, ni hablar.

Lo que me pone peor es que dicho estacionamiento, como la mayoría de los mismos, está poblado por los llamados “viene viene”. No son vigilantes, la verdad. Si lo fueran lograrían responder ante robos, golpes y portazos diversos, pero el boletito deslinda específicamente a los propietarios y operadores del estacionamiento de dichas responsabilidades. Pero eso sí, los “viene viene” no dudan en pitar y apersonarse con presteza a la hora de solicitar una propina. ¿A santo de qué?

Hace mucho que dejé de darle propina a estos señores. Hay excepciones, claro. Si veo que los llamados “viene viene” son viejitos francamente amolados y básicamente desprotegidos por la falta de opciones laborales en el país, procuro darles propina (aunque ni siquiera traiga coche). Pero el resto de estos seres no recibe de mi más que un gesto de “buen día”. Lo siento, pero al equiparar el cómodo “trabajo” que desempeñan con labores realmente exigentes no puedo justificar la dichosa propina. Sobre todo cuando me enteré, hace ya muchos años, que el “viene viene” de un estacionamiento cercano a uno de mis primeros lugares de trabajo ganaba más dinero en menos tiempo que yo, en mi esclavizante chamba de asistente de producción radiofónica.

Franeleros y "Viene Vienes": subespecies parásitas que se alimentan de "Ai' pa'l chesco"...

Sé que el idiota boicot que sostengo con respecto a las propinas de los “viene viene” no sirve de nada para solucionar este patente problema de subempleo, y que seguramente me hace acreedor de muchísimas mentadas entre dientes por parte de ese gremio en particular, pero estoy bastante convencido de que tengo la razón. Por favor, los que estén preparando una arenga contra mi tacañería como la que le dedican a Steve Buscemi en Perros de Reserva por negarse a dejar propina a la mesera, pueden pasar al área de espera bajo el letrero de Me Importa Madre Su Opinión Al Respecto.

En fin, la experiencia del día de hoy en ese estacionamiento es un microcosmos de mi disgusto con dichos sitios. Odio las cajas de prepago. Odio tener que preguntar “¿sellan boleto?” en todos los comercios, en espera de ese ilusorio descuento. Odio tener que compara algo para que me sellen el boleto. Odio que se me olvide sellar el boleto. Y odio el proceso semi criminal bajo el que somos enjuiciados al perder el dichoso boleto.

Y en esta ocasión, creo que no encontraré en los comentarios a ningún apologista que cante las glorias de nuestros estacionamientos de cuota. No hay lado positivo en ellos. Son caros. Son incómodos, en su mayoría. Son inseguros (ya me asaltaron en el de Pabellón Polanco, hace varios años). Son un negocio estúpido para sus propietarios. Son, en esencia, una razón más para reconocer la sabiduría de quienes han decidido prescindir del auto en el DF (¡Saludos, Cabri!). ¿O me equivoco?