Mi Gay Favorito

En un par de mesecitos más se conmemorará el décimo noveno aniversario del petateamiento trágico de Farrokh Bulsara. Claro, todos lo conocíamos simplemente como Freddie Mercury. Su demoledora presencia sobre el escenario roquero dejó, tras su deceso, un vacío imposible de llenar. Se le extraña, y es decir poco. Ayer hubiese cumplido 64 años.

Yo les he confesado varias veces que uno de mis primeros idilios musicales fue con Queen. Esa banda lo tenía todo: podía ser épicamente atronadora como en Tie Your Mother Down o Dragon Attack, o tan teatral como en Somebody To Love y Don’t Stop Me Now. Recordar lo que sentí la primera vez que recorrí Queen II, A Night At The Opera o The Game es volver a la era en la que el ritual de descelofanear un LP (Rock 101 dixit) constituía una comunión orgásmica donde la aguja de un tocadiscos revelaba sonidos que la mentalidad infantil apenas comenzaba a procesar, despojándose de la inocencia con cada armonía coral y cada riff inconfundible de la guitarra Brian May, quien lucía uno de los mejores peinados afrocaucásicos de la historia.

Pero lo cierto es que recordar a Queen es recordar a Mercury. Nadie llenaba el escenario como él. La banda era discreta, anónima hasta cierto punto. El mentado May, Roger Taylor y su voz rasposa como la tarola de su bataca, John Deacon con su pinta de aprendiz de estilista… los tres eran brillantes, virtuosos y plenos de talento, pero finalmente cedían el paso a la exuberancia y a la presencia de Mercury. Y hacían bien.

¿Gay? ¡Claro que no! Mercury estaba más allá de la preferencia sexual para todos los fans...

Freddie se nos fue pronto, víctima del sida. Y el saber que murió de esa enfermedad fue… extremadamente raro. ¿Sida? ¿Qué no es una enfermedad de maricones? Entonces, eso quiere decir que era… ¿Gay? ¿Freddie Mercury GAY? ¿WTF?

La sexualidad de Mercury era, claro, tan obvia como la inestabilidad emocional de La Guzmán. Pero en esa época de intolerancia hacia los homosexuales, cuando personalmente prefería que me dijeran imbécil a que me dijeran joto, parecía que Mercury escapaba de toda crítica. Sí, se vestía medio rarito, pero… ¡pero roqueaba! Y sí, a veces se veía medio amanerado sobre el escenario, pero… ¡pero roqueaba! Y claro, puestos a exagerar la quisquilla, se podría decir que ese bigote le hacía ver como alguien rechazado en el casting para la biopic de Village People, pero… pero… ¡PERO ROQUEABA!

Y así pasaba de largo por el retén apreciativo de nuestro excluyente “Gaydar”…

¡Queen roquea hasta en versión Lego™!

Freddie Mercury no era gay, no se engañen. No para los niños, adolescentes y adultos jóvenes que nos reventábamos su paseo casual por las cuatro octavas que conformaban su magno rango vocal. Bueno, eso no es del todo cierto. Mercury era tan gay como cantar rolas de Mamma Mia en un sauna, pero de alguna manera sabíamos que no había problema con eso. Viniendo de una familia católica, apostólica y romana, fue natural para mi crecer en un ambiente dominado por la condena absoluta hacia el homosexualismo. Así que no es extremo el decir que mis principios de tolerancia hacia los «estilos de vida alternativos» fueron fincados por el cantante que se autodefinió como un Good Old-Fashioned Lover Boy.

Hay un puñado de momentos emblemáticos en la historia de la música que escapan toda descripción. Los Beatles en el Shea Stadium, incapaces de escuchar sus propios instrumentos sobre los alaridos de los fans. Hendrix reinventando el himno nacional gringo a medida que el amanecer anunciaba la conclusión del festival de Woodstock. El avión que transportaba a Timbiriche chocando de frente con el jet de Maná (no ha sucedido aún, pero la esperanza muere al último). En fin, instantes únicos que te hacen pensar en lo majestuoso e inenarrablemente satisfactorio que significa ser fan de la música.

Mercury nos regaló uno de esos momentos en el Live Aid original, el del ’85. El estadio de Wembley lleno hasta las alturas, coreando con voces desaforadas ante la conducción de Freddie, quien se sentó al piano como dueño absoluto del lugar y de ahí no le bajó el ritmo ni por un segundo. El que las revistas especializadas revelen repetidamente a la participación de Queen en este concierto como el momento culminante (en opinión de críticos y audiencia) lo dice todo, considerando la cantidad de talento reunido para la ocasión. Vamos hubo hasta reunión de Led Zeppelin con Phil Collins reemplazando al difunto John Bonham, ¿recuerdan?

A veces consideramos que ciertos artistas hicieron bien en morirse antes de entrar a su decadencia. ¿Quién puede decirnos qué hubiera sido del carismático vocalista de haber sobrevivido? ¿Cuánto más pudo haberle durado esa prodigiosa voz? ¿Habría dejado de lado el rock para explorar otros géneros, como sugería su colaboración con Montserrat Caballé poco antes de morir?¿Se hubiera aventado un remake de Radio Ga-Ga a dueto con Lady Gaga? ¿O hubiéramos presenciado una lenta pero segura retirada hacia el anonimato, que tanto parecía agradarle cuando lograba despojarse de su magnética presencia sobre el escenario? Imposible de descifrar.

Porque Mercury, antes que nada, era un individuo tímido y retraído. Sí, ante el público era un show en sí mismo. Pero no sabíamos mucho de él fuera del ámbito musical. Entreteníamos teorías sobre su vida sexual, pero sin entrar en detalles que nos revelaran más de lo que era obvio a simple vista. Nos divertíamos con las reinvenciones de su imagen, con sus dientes de jamelgo y con la torpeza de sus contadísimas entrevistas. Ni siquiera reparábamos en que su exótica herencia (nacido en África, de una familia parsi proveniente de Bombay) lo convertía automáticamente en un ícono artístico multinacional. No, conque se recetara We Are The Champions nos dábamos por bien servidos.

Puedo decir con alegría, y con un dejo de nostalgia, que a mi sí me tocó deambular con otros nueve adolescentes (saludos, primos Checa) retacados en un viejo Fairmont por las calles de Valle de Bravo, con el tocacintas («¡Cuéntanos más, Abuelo Toño!») reventando las traqueteadas bocinas al compás de Bohemian Rhapsody, sin sospechar que nos estábamos adelantando una década al gag más celebrado de Wayne’s World. Freddie Mercury nos dio mucho, y por eso lo recuerdo como el front-man más singular en la historia del rock. Sé que no estoy solo en esta apreciación. Por eso regálense hoy veinte minutitos para repasar todos los videos que hay en YouTube con la memorable presentación en Live Aid. O chútense todo lo que tengan del Sr. Bulsara en su iPod. Y si ni siquiera habían nacido cuando él murió, al menos les puedo jurar que cada vez que interpretaba We Will Rock You no era una advertencia, sino una garantía. Se te extraña, Mercury. Y se te quiere por siempre, maldito maricón genial…

La estatua de Freddie en Montreux, Suiza. Fabricada con hierro, bronce y EPICNESS...