Aprobación

Antes que nada, ¡bienvenidos a 2011! Algunos de ustedes creen que es el último año que nos queda antes que se acabe el mundo, pero también hay un grupo considerable de fundamentalistas cristianos que piensan que este año se abrirán los cielos y se llevarán a los puros de corazón (que por mera casualidad también tienen que ser cristianos), dejándonos detrás a toda la raza que escucha AC/DC o que corona su cabeza con turbante o yarmulke. En fin, todo indica que a partir del 21 de mayo del presente el mundo se pondrá mucho más interesante y ya no tendremos que enterarnos de la vida y obra de Yuri. Buenas noticias, pues.

En lo personal, el fin de año me sirvió para reposar un poco (¿más?) y estructurar mis planes para el año entrante. No me gusta considerar esto como mis propósitos, pues tengo un largo historial de fracasar en ellos, así que mejor los considero como mis proyectos personales. Me encuentro actualmente estructurando una compañía propia, así que esto requiere de atención y dedicación inusual en alguien tan pazguato como yo. Por cierto, no puedo creer que me tomó tanto tiempo incluir «pazguato» en este blog, siendo una de mis palabras favoritas.

Además de los proyectos de Finísimos Filmes y el Paikast, también estoy asociándome con mi hermano El Nel para montar un pequeño estudio de grabación, así que por lo menos ya saben que en un futuro cercano los podcasts estarán mejor grabaditos (adiós nostálgico al Lo-Fi). Y por si fuera poco, también estoy escribiendo dos libros simultáneamente: Revolver, una novela de la que me siento muy orgulloso, y un libro periodístico relativo al fútbol, en complicidad con mi estimadísimo amigo Ramón Raya. Aquí se enterarán gradualmente de los avances de ambos, por supuesto, y les puedo garantizar que los Finísimos Miembros gozarán de exclusivas para acceder a ellos una vez llegada la hora de su publicación.

¿Significa esto que Finísima Persona recibirá menos atención? Claro que no. De hecho, el éxito de este blog es esencial para garantizar el crecimiento e impacto de todas las labores creativas antes mencionadas, así que les puedo firmar que este espacio seguirá actualizándose con regularidad. Y no pongan de ejemplo el mes de diciembre, que siempre baja en tráfico pues ustedes están ocupados tomándose fotos con Santaclós y embriagándose con los compañeros de trabajo a quienes detestan el resto del año. No, estimado peladaje, este blog encarará el 2011 con renovados bríos.

Lo que nos lleva a hablar brevemente del tema que me gustaba para tratar el día de hoy. Verán, el mentado crecimiento de Finísima Persona ha generado en mi un interés casi enfermizo por las estadísticas, concretamente las relativas a las visitas al blog (y el número de afiliados a mi cuenta de Twitter). Son números, y como tales deberían ser vistos. Es sólo que en esta época es difícil no hacerlos equivalentes con la apreciación de uno a ojos de los demás.

Piénsenlo brevemente, y contesten con honestidad: ¿qué es lo que sienten cuando una entrada en sus respectivos blogs genera un número elevado de comentarios? ¿O cuando actualizan su status de Facebook y se encuentran con las aportaciones de docenas de sus amigos? En este sentido, la new media nos proporciona múltiples oportunidades para acuñar esa codiciada moneda para nuestro ego: la aprobación.

Yo me emociono enormemente cuando veo que crece el número de visitas a este blog. Comparo las tendencias con otros días o meses exitosos, estudio los materiales que he posteado, los comparo entre sí para ver en dónde radica la clave de dicha popularidad… no puedo evitarlo. Me siento validado, por estúpida que parezca la sensación.

Mala película. Comprensible actitud.

Debo confesar que, en los inicios de Finísima Persona, comparaba los comentarios que generaban los blogs de mis amigos y los situaba como una meta a la cual aspirar. Puede sonar un poco ridículo, pues trabajo en una industria donde las revistas proveen un magnífico escaparate para mostrar lo que uno escribe. Pero en mi mente siempre quedaba la idea de que una revista o un periódico tiene un valor intrínseco, que la presencia de un autor específico rara vez define la compra del producto. Vamos, jamás me la creí cuando alguien decía «yo compro tal revista sólo para leerte». No es falsa modestia, es inseguridad pura.

De esta forma, los blogs y otras manifestaciones similares nos permiten comprobar si, en efecto, hay gente que quiere leernos específicamente. Y por eso los autores a veces nos comportamos con el mismo entusiasmo de la chica modosita y con gafas a quien le pide salir en una cita el tipito galán de la escuela: hacemos piruetas, nos ponemos nerviosos, nos ufanamos, pero siempre con esa extraña ansiedad de quien duda acerca de sí mismo. ¿Fuimos elegidos por error? ¿Por lástima? Queremos ser apreciados, considerados. Maldita, maldita aprobación.

Es peligroso caer en este juego. Cuando dejamos que nos importe demasiado la opinión de los demás es cuando comenzamos a escribir para otros, en vez de escribir para uno mismo. Me confieso culpable de haber elegido ciertos tópicos para el blog o para mis textos editoriales con la idea de «generar respuesta», de complacer a un auditorio mediante la búsqueda del comentario halagador. Todo por ese deseo enfermizo de que te digan que hiciste las cosas bien.

De igual forma, las redes sociales y la web 2.0 nos colma de oportunidades para encontrar validación. Nos ufanamos de recibir RTs como si hubiéramos escrito un Pulitzer de 140 caracteres. Sumamos amigos en Facebook aunque seamos incapaces de reconocer a dichas personas en una fotografía. Y comentamos en los populares blogs de nuestros amigos más leídos para quizá, esperanzadamente, generar visitas recíprocas. Suena un poco patético cuando se ve desde este punto de vista, pero es perfectamente normal. Cuando Sally Field ganó el Oscar por segunda ocasión fue largamente criticada a causa de su discurso de aceptación, pues le dijo a la audiencia que las dudas respecto a su capacidad histriónica quedaban atrás ya que el premio era prueba de que la gente realmente la quería. O lo que es lo mismo: si yo no les cayera bien, no me hubieran dado un segundo Oscar. Olvidando quizá que tipos y tipas terriblemente impopulares entre sus pares del mismo gremio también han ganado Oscares. Pero reitero, una reacción normal.

Me queda el consuelo, sin embargo, de saber que la mayoría de sus comentarios buscan aportar algo, en vez de decir «buen trabajo» o «eres brillante». Y la razón es que, pese a todo, me sigue siendo difícil aceptar elogios así nada más. Hay mucha vanidad y gozo al ser aceptados, pero también hay un pequeño sentimiento de culpa. Una breve duda que nos inclina a tomar la palabra amable con un grano de sal, a cuestionar sus motivos a su validez. Quiero creer que eso sí es lo que llaman «modestia», y que aún poseo algo de ella. Así que les debo pedir un favor: si algún día leen algo que ha sido escrito como vil relleno o como una forma fácil de generar aprobación o lástima, háganmelo saber.

Pero empezando con otro post que no sea el de hoy. Es un nuevo año, no sé si sea capaz de procesar sentimientos de rechazo… 😉